domingo, 20 de julio de 2014

Relatos de Verano (6) - GALERÍA: Art Frahm. Pin Ups

.



Relatos de Verano

6

Ana

Primera Parte

1
.....Ana, pese a ser madre de un niño y una niña, es aún una mujer joven y de buen ver, aunque, a los tres años de casada, y según indicios reveladores, su marido la tiene ya muy vista. Ana vive en un barrio relativamente céntrico de Benidorm, pero en los atrases, es decir, en una de aquellas primeras construcciones que se hicieran en los años setenta y ochenta al calor del boom que haría de la capital de la Costa Blanca lo que hoy es: un batiburrillo kitsch donde residen cien nacionalidades diferentes y donde acuden otras cien desde todos los rincones del mundo a turistear; bien entendido que el turismo que acude hoy día a Benidorm, tras un amago nórdico y centroeuropeo que fue literalmente expulsado por los muchos problemas de agua y masificación que tuvo en sus inicios, no es comparable al que recibe, Marbella, Ibiza o Castelldefels (por citar sólo tres de los destinos más selectivos del país). Y es que el turismo de Benidorm es para gente sin complejos; de hecho, en esta antigua ciudad de pescadores reconvertida en caladero de gentes ociosas, se pueden ver las cosas, los atuendos y las personalidades más extravagantes sin levantar el más mínimo escándalo, sin tan siquiera provocar la menor sorpresa. Ser extremadamente convencional (de cualquier época) o ser un contracorriente, gozan del mismo interés en la ciudadanía: nulo. A fuerza de verse, a fuerza de ser una pasarela abierta a todo, Benidorm ha adquirido, por derecho propio, la categoría de lugar fuera del tiempo, centro de todas las modas. Además, la extraordinaria climatología, unas playas impolutas integradas en el casco urbano y unos servicios volcados en ofrecer a bajo precio todo aquello que los turistas sin muchos posibles (o con) pueden permitirse, logran que la población flotante triplique, como mínimo, a la censada, llegando a decuplicarse en verano.

.....Pues bien, este sistema de vida ha atraído a muchos emigrantes, que se han instalado en esos barrios que, sin ser periféricos (nada es periférico en Benidorm, pese a extenderse a lo largo de las playas –de Poniente y de Levante– por más de cinco kilómetros) lo parecen: las calidades de los materiales de construcción son peores, son casas funcionales pero de habitabilidad cuestionable (como si al construirlas sólo se hubiera pensado en un residente, más que temporal, efímero) y consecuentemente a estos dos características sus alquileres son más bajos. Dichas trascalles están pobladas, pues, por gentes que trabajan en el sector servicios, en labores mal o poco retribuidas, por gentes en el paro de larga duración, por ancianos cuyos únicos ingresos proceden de una exigua pensión, por gentes en busca de una oportunidad de trabajo, por inmigrantes que llegaron con el boom inmobiliario y que sufrieron, después, la onda expansiva de su deflagración, y por quienes habiendo gozado de posibles ahora se encuentran sin ellos, intentando hacer de la imposibilidad una vía de suficiencia. También, aunque estos son pocos, algunos antiguos propietarios demasiado mayores ya para cambiar de domicilio, enraizados en lo que fue previsto como el futuro paraíso para la vejez, y que ahora se parece más a un purgatorio que al Elíseo pretendido.

.....Ana vivía, pues, en uno de estos barrios, donde las paredes (pese al tópico, imposible de eludir) escuchan y el aire no corre, dado lo estrecho de la calzada y la orientación de la misma. Unos barrios donde en verano, y el verano, como en tantos sitios, es, en Benidorm, sobre todo julio y agosto, el calor puede llegar a ser asfixiante y el ambiente pastoso, denso, cargado de aromas a cocinas diversas, a orín de perro (Benidorm es la ciudad con mayor número de canes por habitante de todo el mundo, aseguro) y a brisa salina que sale de las casas transformada en humedad acre. Ana no había nacido en Benidorm (como la mayoría de su población), sino en un pueblecito de Granada. Llegó a la ciudad para trabajar, tras abandonar unos prometedores estudios que la habían dejado a las puertas de la universidad (para estudiar Enfermería, su gran pasión), al morir su padre de un infarto tras un fiasco financiero y quedarse la familia en precaria situación económica, con dos hermanos menores que ella a los que era imposible educar con la pensión de viudedad de su madre. Ana era una chica soñadora que, de pronto, despertó estrellada contra la realidad. El golpe fue duro, pero era mujer, y las mujeres, ya sabemos, los golpes existenciales los asimilan mejor que los hombres. Hijas de la tierra (tierra ellas mismas), se agarran a ella con uñas y dientes, superando, en el noventa y nueve por ciento de los casos, cualquier adversidad. La tabla de salvación la encontró Ana en Rinaldo, un chico cubano que, como ella, estaba afincado en Benidorm buscando un medio de vida. Allá, en Cuba, Rinaldo había sido boxeador sin demasiada suerte. La cara apenas la tenía tocada, y poseía facciones hermosas aunque duras, ojos vivos y lengua larga, gracejo en el trato y propensión al alcohol (aunque él lo negara: "un par de cervecitas no es motivo para llamarle a uno alcohólico", decía convencido).

.....Se casaron, pese a la oposición materna (hija, ese hombre no te conviene, no es trabajador, te vas a estrellar; le decía compungida la buena mujer, que veía más largo que su hija). Fue una ceremonia, más que sencilla, inexistente. Acudieron al juzgado, formalizaron los trámites, los casó el juez, se pusieron sus anillos bañados en oro de 18 quilates (grabados, eso sí), y ella se fue a trabajar, mientras él con los amigos (casi todos también cubanos) a tomarse unas cervecitas y celebrarlo. Por la noche follaron como locos (que para eso estamos casados, se dijeron). Él, que con un par de cervezas ya podía presumir de potencia sexual inagotable, con el litro y medio que llevaba esa noche alcanzó para casi llegar al alba en un ¡ay! repetido periódica e insistentemente a ritmo de martillo pilón. Se quedaron dormidos con las primeras luces del domingo (un domingo que, a petición personal al Director del hotel, libraba Ana, como graciosa concesión a su matrimonio). Al despertarse siguieron follando hasta el mediodía. Después se levantaron, se ducharon (con agua fría) y se fueron a comer, de boda, en un chiringuito frente a la playa. Tras la comida, tomaron café y copa. Se enchisparon un poco y se fueron a casa a seguir follando. Vieron la tele un rato y ella se fue pronto a dormir, pues entraba a trabajar temprano al día siguiente. Él se fue con los amigos a "rematar la faena", le dijo con esa su sonrisa cautivadora a una mujer enamorada que casi agradecía quedarse sola en la cama tras el ajetreo llevado durante la noche pasada y todo ese día.

.....El producto de aquella noche o aquel día fue Esmeralda, y el producto de alguna otra noche o día atinados (de los muchos que se sucederían durante aquel primer año, hasta que se fueron espaciando más y más) fue Salvador. Seguiditos, para no tener que andar ya con cálculos; repetía Rinaldo, todo orgulloso, como si fuese él el general artífice de la estrategia. Con Esmeralda y Salvador, los ardorosos abrazos de los esposos, como suele suceder, se espaciaron. Rinaldo comenzó a mostrar un preocupante desinterés por satisfacer a Ana tan pronto como al tercer año (la mitad de los seis que, según dicen, suele durar la pasión amorosa) de casados, coincidiendo con un mayor interés por satisfacer su afición a la cervecita, y a la frecuentación de los amigos. Éstos, que se solían dedicar, como él, a la fastidiosa labor de no hacer nada más que arrimarse a la sombra de los limoneros donde contertuliaban desde la mañana a la noche (cambiaban de limonero, eso sí; tenían para elegir entre los siete que se extendían  a lo largo de la fachada de un edificio, que no era el suyo, en una calle más ancha, principal, con calzada de doble dirección y dos carriles en ambos sentidos (además de arcén para aparcamiento ocasional y servicio de carga y descarga), atestada de tráfico, que comunicaba la parte alta, cruce de direcciones (hacia el interior, hacia Altea y Valencia, hacia Alicante por la circunvalación), directamente con la playa de Poniente. Hasta ellos llegó un día un  tipo ofreciendo dinero fácil, a costa de un riesgo calculado. Un trabajo para gente con redaños y coraje que resolvería su situación financiera por un año al menos, dependiendo de la prisa que se tuviera en fundir lo cobrado, por, total, apenas nada.

2
.....Jaime Cuadrado Stiglitz tenía treinta y tres años. Era uno de esos jóvenes, hijos de buena familia, que nunca abandonan la candidez por más que realicen masters en las más prestigiosas Bussines School del orbe o en los más lóbregos tugurios del inframundo del hampa. Tenía el gen de la inocencia tan íntimamente incrustado en su ser que su padre movía la cabeza diciendo: "Jaime, qué voy a hacer contigo...", cuando lo veía incapaz de comportarse fríamente ante una decisión de tipo financiera o comercial que supusiera inevitables daños colaterales. Aquel chico siempre intentaba salvar situaciones vitales de gente que con su decisión podría sufrir o verse afectada. Hijo mío –le decía don Miguel, su padre–, la vida no funciona así: tú solito no puedes solucionar los problemas del mundo, así es que deja de intentarlo, ¿quieres?. A lo que el hijo respondía mirándole a los ojos con una sonrisa de oreja a oreja, como diciendo: soy tu hijo, tú me has hecho así (aunque el padre se empeñaba en decir que a quién leñe habría salido este chico. A lo que contestaba Gertrud, que como buena alemana de origen judío poseía una gran cultura y excelente formación musical, pues a quién va a ser, a tu padre que lo malcrió, contándole todas esas historias sobre honor y dignidad y valores y principios –y al decirle esto, esbozaba una irónica sonrisa que más delataba complicidad que censura. Y era cierto que el abuelo de Jaime había sido un buen hombre, honesto y cabal, emprendedor, soñador y defensor de las causas perdidas, que por ello se arruinó tres veces, y otras tantas se levantó para seguir luchando por lo mismo). La familia poseía, por tradición, negocios inmobiliarios que apenas se vieron envueltos en la burbuja que ayudó a mandar al país al garete. Eran unos profesionales, no unos arribistas ni oportunistas de tres al cuarto en busca de dinero fácil, en base a pelotazos y chantajes a los políticos de turno. Y es debido a este último motivo por lo que Jaime tuvo que desplazarse a Benidorm, con el fin de intentar resolver un litigio con un constructor, éste sí, más que arribista, mafioso, que quería fastidiar a la firma familiar una operación ya licitada (de forma legal) dos años antes. Su encomienda precisaba dejar bien claro a la posición contraria –y al ayuntamiento, que se personaba como mediador– que el negocio era suyo y que por nada (sobre todo por nada ilegal) se iba a cambiar lo ya aprobado.

.....El negocio en cuestión era la edificación de una zona a urbanizar, en pleno centro de Benidorm, antes solar que albergaba un campo de fútbol de tierra, que según el pliego de la plica se pensaba destinar a servicios municipales asistenciales y culturales –que tanta falta hacían al pueblo, escaso en equipamientos de esta índole. La otra parte, el mafioso, pretendía hacerse con la contrata, a toro pasado, y dedicar el espacio a apartamentos turísticos, con lo que obtendría unos beneficios diez veces superiores a los obtenidos con el plan original. El ayuntamiento, de manera no oficial, desdiciéndose de lo ya licitado y acordado, habría dado su consentimiento a cambio de algunas concesiones para el pueblo y de unas comisiones (nunca declaradas, eso sí), para los implicados que debían hacer la vista gorda o estampar su firma en los documentos pertinentes. El único obstáculo era la empresa de Miguel Cuadrado, Casa SL, que no daba su brazo a torcer, pese al pellizco que se llevaría (bastante más de lo que obtendría llevando a cabo el proyecto inicial). Fue desde el ayuntamiento que se concertó una reunión a tres bandas para intentar llegar a un acuerdo amistoso. Jaime, para este tipo de cuestiones, dejaba aparcado sus naturales inocencia y candidez y tomaba los mandos de un implacable negociador (cuando se trataba de tratar con facinerosos, el cordero se volvía lobo: incansable, contumaz y, si la ocasión lo requería, hasta feroz).
.....Cuando llegó a Benidorm se alojó en uno de los hoteles más prestigiosos, en segunda línea de playa, en la gran Avenida comercial y de paseo de la ciudad –que transcurre, cuan larga es, paralela a la Playa de Levante, tras la primera línea de altos edificios que se levanta cual amurallado almenar–, pergeñada de modo visionario por aquel alcalde franquista que vio una oportunidad donde nadie más la veía (salvo los inversores de Madrid que él se trajo). Un establecimiento de cuatro estrellas con ínfulas de cinco (no hay en Benidorm establecimientos hoteleros de la máxima categoría; y, posiblemente, Jaime, tampoco se hubiera alojado en uno). Y fue allí donde se topó con Ana, que casualmente era la encargada de planta de la limpieza de habitaciones, entre ellas la suya.
.....Hay diversas teorías a cerca del flechazo, de ese dardo envenenado con el tósigo más poderoso que existe, que un figurado zagazuelo volador, con venda en los ojos, lanza al azar (o no) uniendo a dos personas irremediablemente. Cuando las miradas de Ana y Jaime se cruzaron, el flechador disparó su dardo, traspasando el corazón de Jaime y malhiriendo al de Ana.

.....Hasta ese día, qué duda cabe, Jaime había tenido varias amigas, alguna amante y ninguna novia (o lo que se suele asimilar a tal concepto). Se enamoró a veces, pero más platónicamente que inducido por el deseo carnal. Jaime, como todo soñador, no admitía el sexo por el sexo, por más que le diera sus quebraderos de cabeza. Nunca había ido de putas, ni estando estudiando en Madrid, ni durante su estancia en Londres, mientras realizó un máster en su prestigiosa escuela de negocios, la London Bussines School. No por nada, sino por la pureza virginal de su alma. Podía tener fantasías, de hecho las tenía, pero no pasaban de ahí. No era gazmoño ni puritano, era inocente, simplemente eso. No criticaba a quienes utilizaban los servicios de las prostitutas, pero él se sentía incapaz (incluso llegó a pensar que era él el rarito, el perro verde en esas cuestiones). Quizás parte de  la culpa la tuviera la situación en casa, de correcto amor paternal, filial y marital, en el que en todo momento, sin  rigidez pero sin liberalidad, se conservaba a distancia una efusividad demasiado patente. Jaime no podía hacer el amor si no sentía cariño por la mujer a quien se entregaba. Es por eso, también, por lo que no puede afirmarse que fuese un promiscuo, ni nadie que tratase con ligereza los asuntos del sexo.
.....Su virginidad la perdió con una chica dos años mayor que él, y, la verdad, tuvo más de impresión emocional o intelectual, que de turbación física. Lo pasó bien, pero menos bien de lo que había imaginado. Ahí se dio cuenta que imaginación y realidad pueden ir por separado. En sucesivas oportunidades ya consiguió sintonizar el cuerpo y la mente, sintiendo como suele sentir todo el mundo, pero con las peculiaridades de su carácter, ciertamente más romántico que sensual.

.....Jaime, al llegar al hotel, pidió el servicio de habitaciones para llevar a la plancha dos trajes y cuatro camisas. Esa labor solía encomendarse a una de las auxiliares, pero ante lo ajustado del personal (otro efecto de la crisis) fue Ana quien llamó a la puerta. Jaime la abrió  de forma maquinal, con la intención de saludar con cortesía y efectuar su demanda. Pero delante, una vez abierta la puerta, apareció aquella mujer rubia, con el pelo recogido atrás en una especie de moño airoso, de ojos grandes y vivos, casi tan alta como él, con una sonrisa perfectamente diseñada en una cara encantadora (o eso le pareció a él), y el saludo se le quedó detenido en la garganta. Se miraron durante unos instantes, quizás dos segundos que pudieron hacérseles eternos, dos segundos en los que se reconocieron mutuamente (el veneno actuaba con efectos ultrarrápidos), como si escanearan, en ese corto periodo de tiempo, a la velocidad de procesamiento de una Deep Blue, todo el ansia acumulada, día tras día, de frustraciones afectivas, esas que, aunque con apariencia de banal satisfacción, van quedando como un lastre adheridas a una sinrazón que nos priva, en resumidas cuentas, del sentimiento de plenitud. Tras ese escaneado en el que se simultanean y superponen tantas y tantas cuentas pendientes, apareció, parpadeante como un luminoso de neón, la posibilidad de cuadrar el saldo: ahí, delante de cada uno de ellos, como ante un espejo, observándose y diciéndose (con palabras inaudibles): por fin te encontré, pensaba que no existirías. Esa fue la impresión de los dos, aunque, en realidad, aún no lo sabían con la claridad con que yo lo he expuesto. Simplemente algo dentro de ellos, hizo click, y ese click se manifestó como una síncopa en el ritmo regular del latir de sus corazones. No lo sabían aún, pero su destino confluía. ¿Estaba escrito? Quién lo sabe: ¿Las estrellas? ¿Dios? ¿Natura? Los hechos son tercos y no atienden a razones, es el ser humano quien las necesita para intentar comprender un mundo que, pese a todos sus esfuerzos, no controla y que se le escapa entre los dedos.

.....Tras el saludo de rigor, no exento de un matiz de cándido nerviosismo por parte de ambos. Jaime le entregó las prendas a planchar. En una hora las tendrá aquí, señor, le dijo Ana con toda la corrección que su cargo demandaba y con toda la forzada tranquilidad que su pecho no sentía. Él se dio cuenta, pero como su situación no era muy distinta, le halagó. Estaré aquí una semana, a lo sumo diez días, espero (no sabía por qué le revelaba ese dato, pero lo cierto es que sintió que se lo tenía que decir). Ah, bien... muy bien, señor. Estamos encantados de tenerle aquí. No dude en pedirnos lo que desee, que trataremos de satisfacerle a la mayor brevedad. Descuide así lo haré. ¿Su nombre es, por favor?, también se vio impelido a requerirle este detalle, más que por cortesía, quizás por sentirse aún más cerca de ella. ¿Ana?, nombre de origen judaico, corto y hermoso. Mi nombre es Jaime. Encantados se sintieron los dos de conocerse, y así lo expresaron. Espero volver a verla... le dijo cuando ya se alejaba por el pasillo con la ropa. Era una manera de pedirle que se la trajera ella. Nunca había sentido tan intensamente la necesidad de la presencia de otra persona, ni cuando de niño veía alejarse a su madre y desaparecer. No sé si podré traérsela yo, pero lo intentaré, le contestó Ana, sabiendo que, desde luego, sería ella quien lo haría.

.....Aguantaron hasta el día siguiente, en que tras llamar al servicio de habitaciones con cualquier excusa, acudió ella sabiendo qué sucedería. Estaba de servicio y no podía demorarse, por eso su arrebato fue breve, pero intenso, muy intenso, tanto, que quedaron abrazados el uno al otro, jadeantes, durante dos eternos minutos. Se juramentaron en verse con más tiempo, con más tranquilidad y sosiego, aunque ella... tenía dos niños pequeños que atender y no sabía cómo se las iba a arreglar, pero lo haría, vaya si lo haría. Estaba entrando en conflicto la maternidad y la pasión amorosa; cuando esa maternidad no está directamente relacionada con la pasión, el conflicto está servido, pero la intensidad de las emociones también, el goce al bies de la contradicción y de la inconveniencia porta un valor añadido que dota a los momentos gozados de un grado de exaltación exponencial.
.....Se buscaban a todas horas, para mirarse, para rozarse,... en los minutos de asueto, en los aseos, en la habitación, en los cuartos del material; allí donde pudieran gozar de un momento de intimidad, dado que verse fuera del hotel era más complicado. Estaban los niños, y estaba Rinaldo, que aunque ya apenas la hiciera caso, demandaba su poco de atención: las comidas, la atención conjunta a los hijos, y, en fin, sus labores conyugales, cuyo yugo era cada vez más laxo y cuyos surcos cada vez más superficiales.
.....Jaime llegó un sábado a Benidorm, y la reunión estaba fijada para el jueves siguiente. Del domingo al miércoles tendría lugar este súbito e imperioso romance, más allá, nadie sabría qué ocurriría. Dependía, en gran medida, del resultado del encuentro (que a Jaime no dejaba de olerle a encerrona, por lo que ya iba preparado para esta contingencia). Medio lobo, medio cordero, en ese instante de su vida, con Ana se comportaba con esa doble actitud: tierno, por un lado; salvaje, por otro. Una mezcla que a Ana le hacia disfrutar hasta límites nunca sospechados por esta sencilla chica de pueblo, por muy madre que fuese. Durante esos días, la mujer amante sobrevenida desplazó a la madre amante convencional. En su mente estaba Jaime a todas horas: cuando hacía la comida, aparecía Jaime sonriendo desde el fondo de las cazuelas, chisporroteando con sus carcajadas desinhibidas y frescas desde la sartén, asomando divertido entre las hojas de lechuga de la ensalada,... En la sonrisa de los niños, la de Jaime; en sus rizos, los de Jaime; en la frescura de su expresión, en la calidez de su piel, los de Jaime. Todo se le volvía Jaime, y parecía no existir otra cosa que Jaime haciéndola señas desde cualquier manifestación vital.
.....Revivía estremecida, los cortos encuentros, las caricias, el placer de sus dedos hurgando y conquistando su recóndita anatomía, sus labios estampados en los suyos, su lengua peregrina, la sensación de intenso placer cuando entraba en ella dilatando su angostura, produciéndole espasmos involuntarios como descargas de goce exacerbado, sus acometidas de ritmo y potencia crecientes, sus idas y venidas, el corrimiento de tierras y el surgimiento de fuentes, la explosión final, bendita traca en la que ella misma se sentía estallar formando palmeras multicolores y esferas henchidas de puntos increíblemente luminosos... la calma –exigua– compartida en un abrazo que quería agotar y recoger hasta la última sensación de placer que como una estela en el mar se iba diluyendo en la inmensidad de los sentido.

(Continuará)

-o-o-

GALERÍA


Art Frahm
1907-1981

PIN UPS
.
Al Desnudo
.
.
.
.
.
.

Velos y Veladuras
.
.
.
.
.
.
.
.
Serie: Faldas volatineras

.
.
.
.
.
.
.
Serie: Braguitas tobilleras

.
.
.
.
.
.
-o-o-o-