martes, 12 de agosto de 2014

Relatos de Verano (12) - GALERÍA: Hubert de Lartigue. Pin Ups (2)




.
.
Relatos de Verano

10

Helena

Segunda Parte

4
.....Los Troyano, republicanos liberales, a resultas de la Guerra Civil que asoló el país del 36 al 39 (y que aún seguiría asolándolo mediante una concienzuda represión por parte de los sublevados vencedores durante unos cuantos años más), se habían esparcido por medio mundo. El abuelo de Alejandro, Héctor Troyano, profesor de Derecho Civil en la Universidad Central de Madrid, recaló en Buenos Aires; Eneas Troyano, hermano menor del anterior, y tío-abuelo, por tanto, de nuestro co-protagonista, maestro de escuela en Valencia, a México; y Andrómaca Troyano, tía-abuela de Alejandro, pintora ecléctica con influencias suprematistas y seguidora de la Bauhaus, marchó a Australia. El bisabuelo de Alejandro, Príamo Troyano, Juez Decano de la Audiencia Nacional, no quiso moverse de Madrid; allí permaneció junto a una abnegada y orgullosa esposa. Acabarían represaliados. Desposeído de su cargo, el cabeza de la familia se buscó la vida como pasante para un influyente bufete de abogados, dirigido por un buen amigo de familia tradicionalista. Morirían poco después, con escasos días de diferencia, impasible el ademán, sin abjurar de sus convicciones demócratas y liberales, desatendiendo los ruegos de los hijos que los conminaban a seguir sus pasos. Pero se negarían (a dónde vamos a ir a nuestra edad, decían al alimón) a abandonar la patria, por más que ésta hubiese sido, por enésima vez, desposeída de libertad.

.....Alejandro trazó el plan con meticulosidad (como solía hacerlo todo en la vida) durante el mes escaso que transcurriría entre el primer encuentro serio con Helena y la fecha decidida para la marcha. El hecho de no existir hijos de por medio facilitaba las cosas; es más, las permitía, pues de lo contrario el escenario sería tan diferente que no cabría especular acerca de él. No es de extrañar, por un lado, que Helena no resultara embarazada como consecuencia de los salvajes asaltos de Chucho, en los que solía comportarse siempre con el mismo egoísmo y desconsideración, en la estúpida creencia que eso era lo que encandilaba (y sojuzgaba, añadía con cinismo) a la mujer (un hombre hombre, con pelos en el pecho y escarpias en la p...cha —solía decir— es lo que mantiene a una mujer fiel y sumisa). Podría imaginarse que a la pobre esposa-a-la-fuerza se le cerrarían las Trompas de Falopio e forma automática ante la amenaza de las huestes fecundantes de su dueño y señor esposo. Por si acaso, ella se había cuidado muy mucho de tomar continuamente anticonceptivos a escondidas. Por nada del mundo hubiera consentido engendrar descendencia de tal ser.

.....Sabiendo cómo las gastaba Salabarría ante cuestiones mucho menos trascendentes, se necesitaba poca imaginación para prever cómo reaccionaría al rapto (consentido y fomentado) de su mujer: ésa que tanto se había cuidado de preservar contra todo quisque desde su más tierna infancia. Lo mejor sería poner muchas leguas de por medio; y aún así, sabían que deberían cambiar totalmente de vida, ser otros, adoptar una nueva personalidad que no diera la menor pista de su situación. Por otro lado tampoco les disgustaba un tal cambio radical en sus vidas. Podríamos pensar que a Alejandro le supondría un fuerte conflicto interno: haber estudiado con tanto ahínco y dedicación para tirarlo todo por la borda... Pero como él decía: la carrera, las oposiciones, los sacrificios, los esfuerzos, todo, todo, había sido necesario, había merecido la pena, por conocerla a ella, a la mujer de su vida, a Helena. Cumplido su objetivo, la vida por delante bien podría partir desde otro punto, disponer de otra perspectiva, y qué mejor que aquella elegida por ambos. Para Helena, por razones obvias, el cambio era tan deseado que ni por un momento pensó en echar de menos nada de lo que dejaría atrás. Todo merecía ser quemado, decía con rabia, todo. Nacería otra vez el día que dejara aquella casa, aquella región, aquel país (aunque fuera el suyo, ella no lo sentía así).

.....Irían en coche hasta Oporto (en Portugal, más allá del paso fronterizo costero, la intrincada red informativa de Salabarría se truncaba; incluso la policía en nómina no podría rastrear extra oficialmente en otro país). Allí tomarían un vuelo a Londres (para despistar, por si las moscas); de allí cogerían otro directo a Río de Janeiro, donde enlazarían con otro a Buenos Aires. Su hermana ya estaba avisada (muy discretamente avisada, pues Alejandro sabía que, tras el desconcierto inicial, y una vez averiguado quién había sido el mal nacido que se había llevado a su mujer, Chucho rastrearía a la familia). Alejandro no quería inmiscuirles, pero necesitaba contactos seguros en Argentina. Su hermana se los proporcionó tejiendo una tupida red de idas y venidas, para que fuera imposible seguir ninguna pista. Ni ella misma sabía con quien se encontraría su hermano, ni dónde. Los correos se destruyeron, se borró cualquier huella. Pese a una primera reconvención cariñosamente fraternal de Melina, y viendo que su hermano estaba completamente decidido, el espíritu resistente de la familia se puso en marcha. Alejandro no tendría de qué preocuparse: salvo si ellos mismos cometían un fatal error, todo se preparó para que no los encontrara ni el mismísimo Sherlock Holmes. 

5
.....El primer encuentro verdaderamente a solas entre Alejandro y Helena se produjo ante las mismas narices del mafioso y celoso marido. El juez se había ganado la confianza de Chucho, precisamente, por su oposición a ser contratado (es un tipo de fiar, les decía a los suyos, no como vosotros que me venderíais a la menor oportunidad), y porque en una celada que le preparó, el magistrado, mucho más listo —y frío— que él, oliéndola, la salvó con convincente soltura. El caso sucedió así: habiendo sido puesto sobre aviso por uno de los custodios de su mujer a cerca de ciertas miradas y actitudes entre su esposa y Alejandro, observados por él —el perspicaz custodio— en sus encuentros durante las frecuentes fiestas donde coincidían ambos, quiso probar Chucho la credibilidad de tan grave rumor. Citó al juez en su Pazo, a tomar el té, con la excusa de consultarle a cerca de ciertas disposiciones familiares que afectaban cuestiones jurídicas. Una vez llegado el magistrado sería recibido por Helena que le informaría de la ausencia de su marido por haberse tenido que ausentar de forma urgente —qué éste habría fingido real; ignorante su esposa de la añagaza. Estarían solos, pues, pero vigilados por las cámaras del circuito cerrado instalado por todos los rincones de la casa, de forma tan discreta que era indetectable, . Este extremo aunque desconocido por Helena, que creía que sólo había cámaras en las zonas sensibles (despacho de su marido, sala de reuniones, terraza y exteriores), lo caló inmediatamente Alejandro, quien por medio de lenguaje subliminal, se mantuvo y mantuvo a Helena en guardia. Se comportaron con la más exquisita cortesía, incluso con cierto innecesario distanciamiento que a un suspicaz testigo neutral le hubiera resultado sospechoso, pero que a Chucho lo convenció eficazmente (deseoso de ser convencido, por no aparecer como cornudo). ¿Resultado de la prueba negativa?: Trancarrayo tuvo trabajo esa noche en piernas y lomos del murmurador. El mensajero corrió con los gastos y pagó el franqueo de devolución de la misiva falsa.

.....Tras esta celada, la ocasión, decía, se presentó ante las misma narices del confiado capo. Estando ambos, marido y mujer, en los juzgados para realizar unos trámites conjuntos, referidos al régimen económico marital (la disyuntiva entre separación de bienes y gananciales era superflua, pero Chucho quería dotar a Helena con un  régimen híbrido por si él moría antes de tiempo...), Salabarría recibió una llamada urgente y tuvo que ausentarse a todo correr. Dejó allí a Helena, llevándose a los guardaespaldas, más preocupado por la llamada y su propia seguridad que por su esposa. Los dos lo vieron de inmediato.
.....Alejandro disponía a media mañana de lo que los anglosajones denominan un coffe break, es decir, en román paladino, una pausa para desconectar y liberar tensión en torno a un café u otro tentempié. Se encerraron en su despacho y... Helena pudo comprobar la diferencia entre amor y dominio, entre entrega y posesión, entre ternura viril y salvajismo machista, entre delicadeza y brusquedad, entre egoísmo y consideración. Los dos respondían con semejante intensidad a los mismos estímulos, los dos abrazaban, acariciaban, besaban, de manera similar. Sus dos cuerpos —y sus dos almas— se trenzaban e imbricaban como los hilos de cáñamo del fuerte bramante. Fue tan distinto —para los dos, aunque por diferentes razones— de lo que esperaban, que ni en el mejor de los sueños podrían haberlo imaginado así. Se corrieron a la vez porque quisieron correrse, de no haberlo querido no hubiesen gozado menos. Fue un placer tan prístino, tan cristalino, tan carente de impurezas egoístas, que en vez de excitación desordenada, la contienda de amor, en este caso, desmintiendo la metáfora, les proporcionó apacibilidad rozagante. De aquel encuentro surgió la decisión: se irían juntos, escaparían de las garras de Chucho Salabarría, aunque eso les costara dar un giro trascendental a sus vidas. Les daba igual la orientación que tomara su existencia, mientras estuvieran juntos todo tendría un camino, mientras lo encararan unidos siempre habría una salida (o varias). La fuerza de dos almas, cuando fusionan sus pasiones, genera más energía que la simple fusión de un átomo (por muy radioactivo que este sea), pues allí es la vida celebrándose a sí misma, dándose un homenaje de entusiasmo vital, poniendo en juego todos los recursos de la especie en pro de su más alto destino: la conservación.¿Qué puede haber más poderoso que eso? ¿Qué obstáculo puede interponerse a este colosal impulso?

.....Apenas un mes después, ya con todo dispuesto esperando la ocasión idónea ésta se presentó oportunamente. El plan se puso en marcha. Eligieron un día muy especial: el aniversario de boda. Tres años ya de martirio —para Helena, tres años más para Chucho, en los que había visto crecer su figura y su imperio. El facineroso, siempre dispuesto a celebrar, la regaló un collar de oro blanco engastado de esmeraldas, del que pendía un camafeo de marfil con un gran rubí en el centro. Ella le tenía preparado un regalo mejor: un salto de cama rojo con el que resaltaba la belleza de su blanco y perfecto cuerpo de Afrodita. Quería distraer su atención todo cuanto fuera posible, para inducirle a bajar la guardia; un filtro añadido a su bebida —probablemente Dom Pérignon Rosé, champagne al que se había últimamente aficionado— lo dejaría fuera de juego durante las horas precisas para escapar. Al ser domingo el día siguiente nadie sospecharía de que el jefe no diera señales de vida durante toda la mañana. Le estará dando estopa a la muñeca, pensarían. Y no se habrían equivocado de haber sucedido las cosas con normalidad. Pero no sucederían así. Pues excepcional era el título de aquel día.
.....Las cosas se desarrollaron según lo previsto. Hasta Alejandro estuvo bailando —recatadamente, por supuesto— con la novia un par de veces durante la fiesta. Cuando llegó la hora, bien entrada la madrugada, habiendo corrido generosamente el alcohol por la garganta de todo el mundo, invitados, sicarios y vigilantes, se dio por terminada la celebración y Chucho y Helena se retiraron a sus habitaciones.

.....El mafioso gañán estaba especialmente excitado esa noche, pues había estado contemplando a su mujer cómo cumplimentaba a unos y otros, bailando animadamente con ellos. Y a un  hombre celoso, ya se sabe, le excita el interés de los otros (siempre, en su magín, candidatos a rivales) por su hembra, y cuando esto sucede ante sus ojos (esos enfermizos ojos que ven lo que su tortuosa mente quiere interpretar) se enerva, se exalta y actúa, con la que considera su propiedad, como un berraco. Así entró en el dormitorio, bufando y resoplando, diciéndole vulgaridades y frases obscenas. Ella logró retenerlo con la excusa de la sorpresa que le tenía reservada. Él, con un mohín que denotaba a partes iguales impaciencia y curiosidad, se dejó caer pesadamente sobre uno de los sillones de terciopelo que flanqueaban los pies de la cama. Ella entró en el baño. De allí salió cinco minutos más tarde con el salto de cama de sedoso tul, casi transparente, que le resaltaba su anatomía hasta medio muslo, a partir de ahí sus bien torneadas piernas y sus delicados pies se mostraban desnudos. Su espléndido cuerpo, semi-velado por la aleve gasa, se proyectaba a la mirada embelesada como un paisaje abierto a la sugerencia, como un sugestivo horizonte curvo pleno de sensualidad. Los perfiles y las rotundas convexidades, resaltadas; las zonas de fuga y la sutiles concavidades, manifestadas; con su bello rostro, tenuemente maquillado, y sus piernas pentélicas, insuperablemente modeladas, poniendo el contrapunto personal e intransferible a la rósea seducción provocada por el picardias. A Chucho se le saltaban lo ojos. Abrió la bocaza inconscientemente, cayéndosele el sempiterno Lancero de la boca. Helena se volvió hacia la champanera bañada en oro colocada al lado de la cabecera de la cama, cogió dos copas, las escanció hasta su mitad con el Dom Pérignon Rosé, y en la de su marido dejó caer, al descuido, el potente somnífero. Brindaron por su felicidad... Y por los tres polvos seguidos que te voy a echar, nena, le dijo soezmente Chucho. Fue lo último que dijo, y lo primero que recordaría cuando fue despertado, bien entrada la tarde del domingo, por los guardaespaldas, ya inquietos y avisados por el servicio de que nadie había salido del dormitorio en todo el día. Al entrar en la alcoba lo habían descubierto tendido boca abajo, medio colgando por un costado de la cama. Ni rastro de Helena.

6
.....De Leda se decían muchas cosas, la más suave que era ligera de cascos; la más extrema que era un arpía endemoniada, una especie de súcubo que se ayuntaba con cuanto hombre de relajadas costumbres y poco temor de Dios se cruzaba en su camino. Y todo ¿por qué? Por haber sido madre soltera, por haber tenido un parto múltiple, porque de ese parto múltiple habían nacido cuatro gemelos en dos sacos vitelinos diferentes, porque cada uno de ellos contenía una hembra y un varón, porque las hembras eran más hermosas que la aurora —sobre todo una, de belleza inmarcesible— y los varones más hermosos que Adonís, porque no se conocía al padre —y ella jamás lo reveló—; porque frecuentaba las riberas del río en las noches de luna llena, donde la habían visto (aseguraban) bañarse completamente desnuda, con la luna reflejándose en su piel argentina; porque, en fin, la creían un ser demoníaco que celebraba rituales orgiásticos al amparo de la noche bajo la luz de la luna, en los que fornicaba con seres innombrables y almas pecadoras en pena. Leda, todo hay que decirlo, era nieta de un anarquista ejecutado durante los primeros compases de la guerra civil. Su madre, hija de aquél, se habría tenido que dedicar a la prostitución para sacar a delante a la familia. Ella había sido educada a medias en la inclusa y a medias en la casa materna. Era una chica taciturna, reflexiva, muy bonita, una preciosidad, como una perla en medio de una pocilga. Gustaba estar a solas, por lo que era frecuente verla pasear por las riberas del río, incluso de noche. A veces, cuando apretaba el calor en verano, había ido a bañarse por las tardes a un estanque natural que el río forma en un recodo de su corriente, semioculto por las ramas de los sauces y las altas retamas y arbustos de espino albar y zarzamoras. De aquí a presumir a la muchacha celebrando aquelarres bajo la luz de la luna, completamente desnuda y amancebándose con espíritus malignos... hay una gran distancia sólo salvable por esa tendencia, o afán, que tienen las gentes probas y pacatas a defenderse de lo distinto marginándolo, colocándolo fuera de la ley, imaginándolo una genealogía espúrea e irracional (que ellos necesitan razonable y verdadera, y como tal la hacen pasar).

.....Lo que sí es un hecho es que Leda quedó embarazada en extrañas circunstancias, nunca aclaradas (aunque la opinión menos fantasiosa, pacata y malintencionada, valga decir más plausible, es que fuera asunto de don Germán Andrade, cacique del pueblo y gerifalte del régimen, a quien le gustaban las mocitas —todas las mocitas que ya poseyeran vello púbico—, fueran cuales fuesen sus ascendientes). Hasta circulaba el rumor de que se las hacía traer al pazo desde otras regiones, fuesen vecinas o lejanas. Lo cierto es que los cuatro niños fueron divididos: los varones partirían, por separado, en adopción hacia Madrid; de las niñas, la más morena y saludable, fue a parar al convento de la Anunciata; y la otra, la más enclenque a la inclusa. Ésta, que fue bautizada como Helena, y que tenía la piel blanca y los cabellos dorados, en un principio parecía una sílfide delicada y miñambre, augurándosele un futuro efímero (esta no llega a niña bonita, decían, queriendo significar con la expresión que no cumpliría los quince años). Justamente, al cumplir la fecha de caducidad augurada, se abrió como un capullo, apareciendo una flor de incomparable belleza, si bien de constitución delicada. Helena acabaría criándose con su madre y su abuela, que lograron rescatarla del hospicio, cuando la niña contaba cinco años, en la creencia de las autoridades de que no duraría mucho, y ya que preferían que los niños murieran fuera de la institución por no crearse mala fama. Después ya no pudieron quitársela.

.....Con nueve o diez años Helena conoció a un rapazuelo del barrio que un día se fijó en ella y ya nunca abandonaría tal fijación. Le llamaban Suso, pero su nombre era Jesús, Jesús Salabarría. Era hijo de un bracero y una cosedora. Tenía los brazos muy largos y las manos desproporcionadas, la espalda ligeramente curvada hacia delante y las piernas cortas y fuertes; estos rasgos, unidos a su marcado prognatismo y sus sobresalientes arcos superciliares, hacían de él un candidato ideal para eslabón perdido del origen de la especie. La fijación de Suso por Helena adquirió tal grado de obsesión que no dejaba que se le acercase ningún chico. Siempre andaba peleándose por este motivo (o por otro, porque su gran afición eran las peleas de las que solía salir siempre airoso, pues demostraba un ímpetu bestial, más propio de animal depredador que de ser dotado de raciocinio). En la vida de Suso, pues, no parecían existir más dos objetivos fundamentales: Helena y su afán por dominar, a la fuerza, el entorno. Helena no lo soportaba ni bien ni mal. Al principio le hacía sentirse orgullosa y segura tener a un paladín siempre celando por ella. Pero con el tiempo, y a medida que crecía, esa obsesión se le fue haciendo cada vez menos soportable. La alternativa, no obstante no existía, pues ni ella podía cambiar de barrio (mucho menos de ciudad), ni Suso atendía a razones, sólo a mamporros. Así es que se fue acostumbrando a su función de virgen perpetua, que se mira (y no mucho, ni demasiado fijamente) pero no se toca. Cuando floreció tan esplendorosamente, y eso fue cuando Suso ya cumplió los diecisiete, los pretendientes se multiplicaron, y las palizas de Suso, correspondientemente, también.
.....Un día le dijo: Helena, tú te casarás conmigo y con nadie más. Acababa de dar una paliza de muerte a un guaperas que la pretendía, y que antes le había propinado a él un severo correctivo, antes de... que lo buscara de nuevo al día siguiente —con dos dientes menos y el rostro aún tumefacto—, pero esta vez con una barra de hierro, un tubo de cañería, con la cual lo molería a barrazos. Pasaría Suso dos años en el reformatorio a causa de la golpiza, de donde saldría, convertido ya en Chucho, para comenzar una carrera imparable hacia la cúspide de la delincuencia. .. y para casase con Helena.

Epílogo
.....Antes de abandonar a toda prisa la ciudad, Helena indicó a Alejandro que detuviera el coche junto a uno de los pocos buzones de correos que aún quedan activos. Allí introdujo un voluminoso sobre marrón, cuyo destino era la policía. Alejandro la miró atónito. ¿Y eso?.
.....Nada habían comentado antes del tema, pero Helena llevaba todo el último año recabando pruebas, números de cuentas en Suiza y otros paraísos fiscales menos honorables (pero, probablemente, para el fin buscado, aún más rentables), listados de empresas ficticias, testaferros, esquemas organizativos de las actividades delictivas, organigramas de personal y algunos vídeos en soporte digital con palizas propinadas por su marido a varios de los desgraciados que cayeron en sus manos (pues todo se grababa en esa organización). Todo con la intención de poderlo emplear más pronto que tarde. El hecho de que ante su marido era poco menos que un hermoso florero, y sin mucha más inteligencia o iniciativa, le había facilitado la labor. Intuía —esa intuición que no es más que esperanza desesperada— que su calvario pronto llegaría a su fin. Y quería estar preparada para ello: entonces saldaría cuentas. Quizás los muchos rezos a todos los dioses de todas las religiones habían surtido efecto, pero el caso es que la ocasión se presentó, y ahora la estaba viviendo.
.....Vaya, vaya, con la mosquita muerta, dijo Alejandro sonriendo, tras el relato de Helena. Los dos estallaron en carcajadas. Antes de que Chucho pudiera poner en marcha su endiablada maquinaria represora, le caería encima la policía. Le esperaba una buena temporada en la cárcel. Teniendo en cuenta que más de uno de los apalizados no ha sido encontrado jamás, por lo que se podía presumir su asesinato, los treinta años no se los quitaría nadie, ya que a la violencia física habría que sumar los delitos económicos cometidos, que eran de mucho calado.

..... Aun así, sabían que desde la cárcel podría manejar la organización e intentar que la maquinaria de búsqueda y captura no se detuviese hasta encontrarlos; pero, al menos, le pondrían las cosas más difíciles, y quién sabe, quizás hubiera un golpe de mano: muchos eran los enemigos que Chucho se había creado durante estos años de imperio del terror.  Quizás alguien les agradeciera a Helena y Alejandro haberlo apartado de la circulación. Si eso sucedía, y era más que probable que sucediese, estarían casi casi a salvo. No obstante, continuaron con los planes tal y como estaban trazados. Eso sí, Helena con aquel proceder, añadió, al amor incondicional que ya disfrutaba de Alejandro, su más rendida admiración. Cuando llegaron a Buenos Aires día y medio después, tiempo que pasaron en parte en el aire y en parte haciendo transbordos, se fueron directos del aeropuerto al discreto lugar que les había facilitado uno de los contactos de Melina, la hermana de Alejandro. Se trataba de uno de esos apartamentos funcionales pero bien amueblados, apropiados para estancias de corta duración o de temporada, normalmente ocupados por personal diplomático, profesores de universidad y ejecutivos de compañías multinacionales, situados en una zona residencial donde nadie conoce a nadie, ni nadie se entromete en la vida de nadie. Disponían de un día completo antes de seguir viaje hacia su destino patagónico, así es que allí se encerraron y se dieron, por fin, un buen atracón de ellos mismos.

.....Tanta tensión acumulada, tanto encuentro furtivo, tanta adrenalina circulando por su cuerpo, les auspició la ocasión más propicia para celebrar varias batallas de amor inenarrables (¿cómo intentar narrar lo inefable del sentir sin traicionarlo?), en las que la belleza de Helena, su sensibilidad, delicadeza y ardiente ternura, se midieron a la hermosa virilidad de Alejandro, su considerada galantería, su gusto por la delectación demorada y su entusiasmo por satisfacer. Muchas eran las cuentas sensoriales que saldar por parte de Helena, muchas las que deseoso estaba por abonar generosamente Alejandro: por cada violenta, allí, torpe maniobra; aquí tierna y hábil caricia; por cada humillación allí, de la carne por la carne; exaltación aquí, de la carne por el alma; por cada afrenta allí; aquí cumplido; por cada desprecio una atención; por cada ultraje un alabanza... Hasta las paredes del apartamento conservarían durante días el olor denso y dulzón de las oleadas de amor que una y otra vez se sucedieron sin solución de continuidad entre los dos amantes.
.....Día y medio después, descargados de tensión pero cargados de satisfacción, volaban hacia Bariloche donde les aguardaba un nuevo destino: el suyo. Viajaban con la vívida impresión de ser trasuntos de Adán y Eva regresando al Paraíso.

-o-o-

GALERÍA


Hubert de Lartigue
1963

SELECCIÓN 2
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
-o-o-o-