miércoles, 21 de enero de 2015

Cléo de Mérode (I): La Virgen Blanca de la Belle Époque - GALERÍA: Iconografía Pictórica y Escultural





Cuando aparece la Belleza en estado puro, de forma absoluta, sobran las palabras,
pues ni un interminable caudal de éstas, puede dar cuenta,
ni tan siquiera aproximadamente, del milagro que ahí ha tenido lugar.
Uno se queda sin habla, y lo único que puede hacer es mirar y sentir.
Las palabras sólo pueden ser muestra del asombro,
no un medio para describir lo indescriptible. 
De las cosas inefables. Héctor Amado


La Virgen Blanca de la Belle Époque

.....Tuvo uno de los rostros más bellos de cuantos se tiene constancia a lo largo de los tiempos. Sus proporciones, por otra parte, rayaban la perfección. Llevaba con ella, tan implícitamente como pueda serlo la propia anatomía, y de la forma más completa, todo el valor de la palabra belleza aplicado a una mujer. Por ende, fue un verso suelto entre todas aquellas hermosas mujeres que por sí mismas crearon un modelo de mujer adecuado a la determinada época que les tocó vivir. Si femmes fatales (que tal es el modelo al que me refiero) han habido, sea retrospectivamente aplicado el término, a lo largo de la historia, las femmes fatales de la denominada Belle Époque (periodo que comprende desde el último tercio del siglo XIX hasta el estallido de la 1ª Guerra Mundial), lo eran, sobre todo, no por una extrema crueldad en la aplicación de su atractivo y poder de seducción, sino por su pasión irrefrenable e inagotable por vivir la vida de la manera más alegre y lujosa: por su flagrante inclinación a la joie de vivre.
.....Cléo de Mérode, nacida Cléopâtre Diane de Merode, de ascendencia aristocrática austríaca —vía belga, de los de Merode valones, en 1875, en París, llevaba en el nombre ya su destino escrito. Pues que fue la suya una fama más decantada por lo Virgen Blanca —como lo fuera la homónima diosa de la caza— que por lo femme fatale. Es más, el carácter fatale de su expresión femenina estuvo más ligada a la pura e inmaculada belleza que a sus habilidades fatalmente seductoras. A diferencia de "Las Tres Gracias de la Belle Epoque", La Bella Otero, Liane de Pougy Emilienne d'Alençon, todas las tres verdaderas mujeres fatales del vodevil y el lujo, y no digamos de Mata-Hari, mujer fatal en el más amplio sentido socio-político del término, el fatalismo de Cléo de Mérode estuvo radicado en su natural y absoluto poder de irradiación: así como el sol no puede dejar de deslumbrar con la intensidad de su fuego y su luz, el esplendor de la belleza emanada de esta mujer fue tal que todos, hombres y mujeres, fueron testigos y víctimas de su indudable resplandor. Como el sol, Cléo no podía dejar de brillar. Más fue el suyo un brillo cercano al de aquel Apolo (hermano mellizo de Diana, no lo olvidemos) que  no podía ser mirado de frente en todo su esplendor so pena de ser consumido por el fuego.

.....Comenzó su carrera artística siendo muy niña, a los siete años de edad (pues que talento artístico heredó, tanto por parte de madre, actriz dramática, como por parte de padre, pintor), al serle detectadas ciertas dotes para la danza, y lo hizo nada menos que en la academia del ballet de la Ópera de París. A los once años tuvo su primer papel de figurante. Pero no serían sus dotes de danzarina las que la acabarían proyectando a la fama, sino la invención de la fotografía. No siendo una Isadora Duncan en el baile, ni mucho menos una Sarah Bernhardt en la escena, a Cléo de Mérode le bastó ser ella misma, presentarse tal cual era. Si, además, lo hacía revestida de la gracia de la danza y e investida de una cierta capacidad interpretativa, esa diamantina belleza destellaría con reflejos aún más irisados, con luz más cálida. Si bien, sería la suya una belleza, como ya he dicho, absoluta, casi rayana en la frialdad. Sus rasgos son más etéreos que voluptuosos, su hermosura más ensoñadora que sensual. No hay más que mirar esos grandes ojos oscuros para darse cuenta que uno en ellos contempla más las profundidades abisales del océano o la infinitud del firmamento que el fuego arrebatador de las pasiones. Y es esta belleza absoluta la que enamoró a aquellas primerizas cámaras fotográficas, que tanteaban la posibilidad de inmortalizar la expresión de las cosas. Fue un amor a primera vista: el objetivo se rindió a sus pies, sintiéndose privilegiado al pode registrar entre sus párpados diafragmáticos aquella belleza ejemplar, modelo orgánico de hermosura. Tras ellas, ojos mediadores y privilegiados, los de Paul Nadar o Leopold-Emile Reutlinger en un primer momento, captaron y capturaron la belleza inmarcesible de aquella Virgen Blanca que, haciendo honor a su nombre, se alejó de los ambientes endiablados de las cocottes de cabaret para permanecer preferentemente en la montaraz floresta de lo inasible, de lo bello inaccesible, enmarcado en las dos dimensiones de una instantánea con pretensiones de eternidad.

.....Sí, bueno, se le atribuyeron numerosos romances, que ella dejó rodar, al fin y al cabo no era más que fama, y la belleza siempre posee una cierta dosis de frivolidad que le es consustancial. El más sonado de estos pretendidos fiancés fue el del rey de los belgas, un ya maduro Leopold II, extremo que tanto ella en sus memorias (Le Ballet de ma vie), como el rey cuando tuvo ocasión, desmintieron: sólo habría un fantástico ramo de rosas rojas entre ellos (sin el pertinente —por pretendiente—brazalete, gargantina o diadema de brillantes) que el rey le envió con ocasión de su asistencia a una de sus representaciones (quizás fuera la primera a la que asistiera el monarca, que quedaría totalmente impresionado por aquella condensación de inalcanzable hermosura). Un príncipe ruso, un oficial de caballería polaco, un rico hombre de negocios francés, un maharajá de Siam, un bohemio americano... son algunos de los incontables affaires que falsamente se le atribuyen; ya que al hombre se le hace difícil imaginar tamaño caudal de belleza sin mancillar, sin nadie que pueda aprovecharlo. Pero lo cierto es que, a decir de ella misma, sólo tuvo dos amores en su vida, y los dos en su juventud. Como Diana con Endimión, sería un conde francés que moriría antes de tiempo, de tuberculosis, quien la dejaría huérfana de amor; y sería —precisamente— un embajador español quien asustado ante la posibilidad de su posesión huiría a refugiarse en los brazos de otras (¿?). Cosas así, incomprensiblemente, ocurren: la belleza absoluta, como todo lo que es absoluto, asusta por su pureza, por su intensidad, por su inabarcabilidad, por su ilimitado poder sobre el que cae bajo su encanto. Tras este desengaño, la diosa, la Virgen Blanca, se cerró a la posibilidad del amor.

.....Fue la primera gran vedette de Les Folies Bergère. La primera en ganar un sueldo inalcanzable para cualquier otra bailarina o actriz del momento. Pero ello se lo debió a la fotografía; ésta fue la que la lanzó al gran mundo. Las cartes postales, con su efigie de perfección inaudita, se distribuirían tanto en Occidente como en Oriente, preparando lo que serían posteriormente exitosas giras artísticas internacionales con sus ballets.
.....También contribuyeron, a esta su fama inmortal, dos hechos acaecidos ambos en 1896: la Exposición en el Salón de París de una escultura suya realizada por Alexandre Falguière, y la elección, como la mujer más hermosa de entre 131 celebridades de todo el mundo (incluida Sarah Bernhardt), propuesta por el magazine semanal L'Illustration. La escultura, que ocasionó un verdadero escándalo en la época, la representaba en acción de bailar... pero completamente desnuda, salvo por la banda que solía sujetar su pelo en bandeaux. Ella desmentiría que aquel fuera su cuerpo, pues, sostenía Cléo, sólo había posado de busto para el escultor. Pero ya se sabe: tienen más crédito los dimes y diretes que la verdad anodina, tiene más credibilidad lo morboso que lo banal. Incluso se llegó a decir (como le ocurriría, sin ir más lejos, a Rodín, o a Bernini) que la copia de yeso allí presentada se había realizado mediante un molde sacado directamente del cuerpo de la bella. Las gentes tienen tendencia a creer cosas así, antes que aceptar una explicación más sencilla; y la imaginación lo agradece. Lo más plausible es que el busto fuera el de Cléo y el cuerpo el de una anónima modelo con unas proporciones semejantes. Claro que también cabría dudar del hecho de haberse mantenido en secreto, sin la más leve filtración siquiera, la verdadera identidad de la modelada. 

.....Es Cléo de Mérode la cara angelical de la mujer, la parte espiritual de la belleza. Su fatalidad es la de la aspiración inalcanzable. En el momento de ser alcanzada —si ello fuese posible— dejaría de cautivar, perdería su delicado encanto. Es el suyo el atractivo de la joya que se presume, legendaria, improbable pero deseable; necesaria para el espíritu, más que para la carne. Carnalidad espiritualizada, sensualidad sublimada; ojos, nariz, mejillas, boca, mentón o cuello de una mujer hecha de espíritu, de una idealización de mujer, de una obra de arte de la naturaleza moldeada con la arcilla con la que Dios materializó la idea de mujer. Es Cléo (ya se ha dicho) una Eva antes de la caída; no es, en ningún caso, Lilith. Y es virginal, representa lo virginal, lo intocable. Es Diana sin arco ni flechas y es María a la que no visitó ningún ángel del Señor. Nunca se casó. No tuvo hijos. Bailó hasta casi los cincuenta años y después se retiró, a Biarritz. Allí formó academia de baile para niñas, en la que enseñó hasta los ochenta años (Diana acogiendo en su seno a las ninfas y las oceánides). Viviría hasta los noventa y uno, murió en 1966, en París. Su tumba, en Le Cimetière du Pêre-Lachaise, la custodia una estatua realizada por Luis de Périnat, escultor y diplomático español (quizás su último gran amor; aquel que gozó del privilegio de tener entre sus dedos las alas de la mariposa...).

.....Los pintores Henri de Toulouse-Lautrec, Edgard Dègas, Giovanni Boldoni, Alfred Muller, Gustav Klimt; los escultores Alexandre Falguière, Mariano Benlliure y el anteriormente citado Luis Périnat; y a los fotógrafos ya citados con anterioridad citar a Charles-Pierre Ogerau y Henri Manuel y al estudio Benque. Todos ellos pusieron sus ojos y su intelecto al servicio de la Virgen Blanca, una de las mujeres más bellas que hayan existido jamás. En la Galería de este primer post, de los dos dedicados a esta por mí calificada de Virgen Blanca de la Belle Époque, adjunto la mayoría de las obras que la tienen como protagonista, en el ámbito de la Pintura y la Escultura. En el siguiente post se adjuntará una extensa selección de fotografías que tienen a una extraordinariamente fotogénica Cléo de Mérode como protagonista.

  

GALERÍA

CLÉO de MÉRODE
en la ESCULTURA y la PINTURA

Mariano Benlliure, 1910
.
1910, Mariano Benlliure
.
1910, Mariano Benlliure
.
Alexandre Falguière (yeso)
.
Alexandre Falguière (mármol)
.
Alexandre Falguière (bronze)
.
Head of Cléo de Mérode, 1896. Alexandre Falguière
.
Giovanni Boldoni, 1901
.
Manuel Benedito, c 1910
.
Einar Nerman
.
Georges-Jules-Victor Clairin, 1900's
.
Friedrich August von Kaulbach
.
Cléo de Mérode at the Salon, Carlos Vasquez y Obeda
.
A Portrait of the Dancer and Actress, 1903. Alfred Muller
.
Winter Garden, 1898. Louis Usabal y Hernández
.
Folies Bergère et Théâtre Royal de l'Alcazar
.
.
Alcazar de Paris
.
Chromo Lefevre Utile
.
Carte Postal, 1900's
.
Caricatura aludiendo al peinado de Cléo, cuya función las malas lenguas achacan a un deliberado ocultamiento de un defecto en sus orejas (¿su Talón de Aquiles?). En la caricatura el público le demanda que enseñe las orejas, mientras que el rey de los belgas (Rey de la Barba florida, según reza la leyenda) —con quien la bailarina-actriz tendría un supuesto affaire— sale en su defensa.
.