martes, 13 de enero de 2015

Diana: de la Mitología a la Brujería (III) - GALERÍA: Iconografía de Diana (3)






Diana entre nosotros

Primera Parte
En el coven  de Londres

.....Quien haya visto el film Vértigo (De entre los muertos), del irrepetible maestro del suspense Alfred Hitchcock, entenderá lo que inmediatamente voy a relatar. Tras la pequeña aventura de Delos (véase el anterior post: Diana: Una Historia Mitológica. 2ª Parte: La Ceremonia de Iniciación) el grupo allí concitado se disolvió, regresando cada uno a su lugar habitual de residencia. Por entonces el mío era París, en mi amado Monmartre, y allí me recluí, en la buhardilla que me servía de cubil, como un hurón en su guarida, durante varios días. Tenía que poner en orden mis ideas, digerir convenientemente la experiencia vivida, poner negro sobre blanco cuanto recordara, cuanto me sugirieran los recuerdos, cuanto me sintiera estimulado a reflexionar sobre lo acaecido. Y así lo hice. Apenas bajaba al bistró de la esquina a tomar un frugal desayuno y una no más copiosa comida (siempre con media botella de vino resultón, tipo cosechero, que allí llaman beoujolais nouveau, y que cualquiera de nuestros afrutados tempranillos de maceración carbónica pondría en evidencia); el resto del día lo pasaba encerrado en mi hura, escribiendo y pergeñando mi trabajo, salvo alguna noche que, cual aventurero ratón doméstico, aprovechando el abrigo de las sombras salía a pasear por las calles desiertas para seguir royendo mis pensamientos al tiempo que sometía mi organismo a la necesaria acción benéfica del ejercicio moderado (siempre fui un caminante irredento, llegando a ejercer el sencillo acto de la marcha como una especie de zen deambulatorio).

.....El pequeño círculo neopagano formado por El Profesor y los tres acólitos regresó a Londres, y la galerista, Egeria, aquella trasunta de Diana que ejerciera de médium, se separó de nosotros en Atenas. O eso juraría... Hasta que tres semanas después acudí a la capital británica, a una de las reuniones mensuales del grupo diánico afecto a la Wicca. ¿Y con quién me encontré allí? Efectivamente, con Egeria. O eso creí, pues la fisionomía era la suya, aunque esta, la londinense, tenía el pelo más claro y liso y las cejas más finas y contorneadas; el resto podría aseverar que era un calco de la Egeria griega. Ah, la londinense no se llamaba así, sino que respondía el nombre de... ¡Diane!
.....Tal cual Kim Novak en Vértigo, con apenas leves retoques en su apariencia, Egeria había dado lugar a Diane. Pero no todo acaba ahí. Lo mejor fue que Diane no me reconoció, es más, dijo que jamás antes se había topado conmigo; algo que corroboró El Profesor, lo que me hubiera turbado más, si éste no me hubiese puesto al corriente de que aquellas dos mujeres, pese al tremendo parecido, por supuesto no eran la misma mujer. En realidad he de decir que, si no más turbado, al menos si me quedé más confundido... (yo juraría que... me decía a mí mismo).

.....Al acabar la conferencia, que sin solución de continuidad daba lugar a la subsecuente reunión entre los miembros numerarios de la Sección Metropolitana de la Wicca de Londres (eufemismo para nombrar de forma rimbombante al coven que, afecto a la Wicca Británica Tradicional, se congregaba en la capital del Reino Unido), no más de docena y media de personas pasamos a un salón privado ubicado en el semisótano de la mansión Walpole, sita en Bayswater Road, esquina Orme Court, donde la organización tenía su domicilio. Estratégicamente situada frente a los jardines de Kensington, esta construcción victoriana de ladrillo rojo, piedra y molduras blancas en dinteles, pórticos y marcos de ventanales, constaba de planta baja, piso principal y dos pisos sobre éste, el último de los cuales era abuhardillado. En la planta baja, en el gran salón del ala este, tenían lugar las conferencias; al semisótano se accedía por una puerta en trampantojo situada entre dos paños de la gran librería de obra con remate en roble rojo que cubría el muro norte del salón, el que hacía las veces de cabecera, y donde se situaba la mesa de conferenciantes y el atril de orador.


.....Una vez acomodados, se notificó de mi Primer Grado, y se informó con detalle de la visita a Delos y del éxito de la empresa. Todo salió según lo previsto, señaló El Profesor, incluso se superaron las expectativas, pues mi viaje (por lo que se ve) fue altamente satisfactorio y la diosa quedó francamente satisfecha con mi inclusión en el círculo. Es más —continuó informando El Profesor— (y aquí no puedo por menos que confesar mi perplejidad cuando lo escuché), según la médium —ya sabéis, una, por otra parte, siempre eficacísima Egeria— la diosa habría recomendado encarecidamente —y ya sabéis, también, que sus recomendaciones tiene la categoría de órdenes para nosotros— que se le sometiera al Segundo Grado (Un ¡ooohhh! de admiración o sorpresa se escapó de las gargantas de los presentes). Esto como sabéis no es lo habitual, lo normal es permanecer como Primer Grado durante un año al menos, pero la diosa fue inequívocamente clara, según Egeria: se debía someter a Héctor al Segundo Grado. Y no había más que hablar.

.....Eso significaba, según se me dijo, proceder al Viaje Iniciático, el que debía otorgarme o negarme la validez para ser Miembro del Consejo Sacerdotal. Ni qué decir tiene que a mí toda esta jerga me hacía más gracia que otra cosa. Pero me cuidé muy mucho de expresar mi divertido parecer en voz alta, ni tan siquiera en gesto (fuese éste burlón o de incredulidad); estaba decidido a jugar mi papel hasta el final, y me metí en él como un verdadero actor británico (un Laurence Olivier, un Charles Laughton, un Sir John Gielgud... pongamos por ejemplo). Diane tomó la palabra para realizar una observacion: ¿no sería demasiado arriesgado, sin la preparación suficiente y adecuada? ¿No resultaría prematuro? ¿Incluso peligroso para mi integridad? Un murmullo de aceptación recorrió la congregación. Es posible, dijo El Profesor, pero si lo ha sugerido la diosa (y ya sabéis que sus sugerencias son órdenes: acordaros del caso Lawson, que por desobedecer su insinuación nos abandonó durante todo un año) ¿quiénes somos nosotros para criticar sus decisiones? Ella sabrá por qué lo hace. Nosotros cumplimos con nuestra obligación informando de los riesgos al postulante,  y éste que decida. Ya sabéis que su decisión se considera parte del resultado. Si se negara él a dar este paso, nosotros quedaríamos eximidos de responsabilidad, y la diosa obtendría la prueba que buscaba: su falta de adecuación al cargo de Sacerdote Diánico.


.....Así es que me propusieron realizar la prueba de aptitud para el Segundo Grado, no sin antes informarme de que el Viaje Iniciático no estaba exento de riesgos. Riesgos para la salud mental, se entiende; el cuerpo, apuntaría El Profesor, no suele sufrir daño alguno (y aquí se oyó entre los concurrentes algún aislado respingo). ¿Y esos riesgos, de qué tipo son, repliqué? Oh, vaya, contestó Diane adelantándose al Profesor, puede volver del Viaje, digamos que "algo trastornado", o quedarse colgado, en casos extremos puede suceder que no recuerde ni su nombre durante una temporada... Hubo uno —dijo la sosias de Egeria, con una sonrisa no exenta de picardía maliciosa— que no volvió a pasear por un bosque, ni acercarse a un árbol siquiera, los cogió pánico, se encerró en su pisito de Chelsea, en una calle sin más vegetación que las macetas domésticas; amén de generar una fobia insuperable hacia los cérvidos... Esto me pareció aún más divertido, y redobló mi curiosidad. Cuanto más peligroso me lo ponían, más me apetecía llevarlo a cabo. Al fin y al cabo yo consideraba todo aquello poco menos que paparruchas, y la experiencia de Delos... bueno, sí, fue muy vívida, pero seguro que se debió a algún bebedizo que me suministraron con aquel tempranero aguardiente propinado a traición. Acepté sin reservas, casi entusiasmado (aunque sin revelar mi íntimo regocijo; la verdad es que me fue difícil retener las carcajadas). Estoy dispuesto, les dije, a realizar ese viaje; nada me gustaría más en el mundo, les aseveré. Está bien, me contestaron. Le prepararemos...

.....Me invitaron a pasar a otra estancia inferior (seguíamos nuestro descenso al... ¿Hades?), tan amplia como la sala de conferencias, que se encontraba en penumbra, solamente iluminada con la tenue llama de dos lámparas votivas colocadas ante lo que parecía un altar: el dinámico resplandor de las oscilantes llamas jugueteaba con las facciones de dos figuras, situadas detrás de las luminarias; ambas me eran familiares: una representación de la conocida como Diana de Versailles, copia romana del siglo primero o segundo de nuestra era, de un original griego atribuido a Leocares, que se tiene como la más antigua y reputada de las representaciones marmóreas de la diosa. En ella aparece ésta vistiendo un fruncido quitón dorio ceñido a la cintura por un peplo, cuya longitud, para facilitar la marcha, deja libres las rodillas; su brazo derecho se alza hasta la altura del hombro para permitir que la mano se dirija hacia atrás en gesto de coger una flecha del carcaj que porta a la espalda; su brazo izquierdo se extiende hacia abajo, ligeramente separado del cuerpo, y en la mano parece empuñar el resto de un arco, hoy perdido; esta mano, por un equívoco efecto visual, parece sujetar por los cuernos a un ciervo macho (de menor tamaño que el natural) que se alza sobre las patas de atrás, manteniendo las de adelante en el aire; la diosa calza sandalias de tiras de cuero. El efecto del conjunto es muy dinámico y el rostro de Artemisa/Diana posee esa perfección y armonía praxiteliana que comunica hermosura, nobleza y poder a un tiempo.

.....La otra figura era una réplica de la inconfundible y globulosa Artemisa de Éfeso, en la versión de cuerpo de alabastro restaurada por Valadier, que forjaría en bronce negro la cabeza, las manos y los pies. Súmum y compendio alegórico y simbólico de cuanto la mistérica diosa griega puede ofrecer: desde la torre que corona la cabeza, a la aureola que detrás de ella incluye ocho figuras astadas con los brazos en alto (cuatro a cada lado); desde la parte alta del torso, donde figura un zodiaco figurativo, a la parte media en la característica, misteriosa y arracimada condensación de formas elipsoidales (sea de múltiples senos, sea de copia de frutos); desde los tres leones que desde cada brazo miran al rostro de la diosa, a los cuatro grupos de tres figuras astadas cada uno, y uno de dos, que miran de frente, así mismo con los brazos alzados como los de la aureola, que decoran su cónico y ceñido vestido hasta los pies. Cada centímetro de su anatomía porta un símbolo, una alusión, un mensaje, quizás toda una forma de entender la vida que llegó a Éfeso desde Oriente (¿Babilonia? ¿La India?).

......Al penetrar en aquel santuario todos hicieron lo que interpreté como una reverencia hacia el altar, sustanciada en una leve inclinación de cabeza al tiempo que llevaban, estirados, los dedos índice, medio y anular de la mano derecha a la frente.
.....En aquella especie de ara, no sólo figuraban la Diana de Versailles y la Artemisa deÉfeso, sino que a su lado derecho se encontraba una figurilla, algo menor que la Diana, representando a una especie de deidad antropomórfica, pero con cabeza de ciervo (¡cielos, parecía el mismísimo Cernunnos céltico o el Pan griego!); y a su lado izquierdo dos libros, que descansaban de pie sobre un atril alargado: uno, escuetamente titulado Vangelo (escrita la palabra en desnudos caracteres latinos); y otro, titulado Aradia: El Evangelio de las Brujas (leyenda escrita con caracteres góticos y enmarcada por dos columnas dóricas sujetando un arco de medio punto, cuyos salmeres estaban decorados por sendos ouroboros y en cuyas dovelas aparecían labrados tres animales; una liebre, un galgo y otro, central, de origen fantástico). En los extremos del altar dos grandes velones, uno rojo y otro negro, decorados a lo largo con trisquels dorados (el símbolo céltico de la triple espiral que enmarca un triángulo equilátero interno), arrojaban una llama desigual, rojiza una y negruzca la otra (sí, sí, digo bien, llama negruzca, cuya luz sombría arrancaba a las cosas, como sombra en negativo, un resplandor mortecino).
.....Además, sobre todas las figuras, a modo de frontispicio, un anagrama que parecía representar tres lunas: una central, llena, que incluía un pentáculo o estrella de cinco puntas, y, a cada lado, una creciente y otra menguante. Era el símbolo de la Triple Diosa o Diosa Madre (Hija-Madre-Abuela, Doncella-Esposa-Anciana, Virgen-Amante-Madre; o, en trasunto griego: Koré-Perséfone-Hecaté, equivalente de las diosas lunares Artemisa, Selene y Hécate). Sabido es que la Wicca es una religión neopagana (si puede llamarse así) de carácter duoteístico, es decir que posee en su panteón divino un dios dual, o dos dioses que se complementan: uno masculino y otro femenino. La representación de la Diana de Versailles y la Artemisa de Éfeso cobrarían a esta luz otro significado, pues el ciervo ya no sería un mero atributo, sino la representación dual masculina de una sola divinidad.  


.....Por todo mobiliario unos cordones gruesos sobre el suelo, anudados a tramos regulares y regularmente espaciados entre ellos, delimitaban los lugares a ocupar por los fieles. A ambos lados de la estancia unos enormes armarios roperos con puertas y marquetería de roble cubrían las paredes. Fui invitado a acercarme a uno de ellos. Todos procedieron a desvestirse, hombres y mujeres, sin ningún pudor, sin reservas, con naturalidad. A mí todo aquello me parecía de sainete, pero, bah, estaba decidido a seguirles la corriente. Las ropas quedaron dentro de los armarios, los cuerpos desnudos, a la luz de aquellas llamas, parecían los de condenados al fuego de los infiernos; aunque viendo las beatíficas caras de aquellos hombres y mujeres, antes bien sugería una escena celestial donde la luz eterna se hubiese ido (por vaya usted a saber que inconcebible cortocircuito) y los ángeles encargados de la luminotecnia se hubieran visto obligados a emplear la luz de las candelas para iluminar el escenario de nuestra nudista aventura.

.....Ni qué decir tiene que El Profesor ejercía de Sumo Sacerdote y Diane, la hermosa Diane, hacía lo propio como Suma Sacerdotisa. Ambos realizaban la liturgia que voy a describir de forma sincronizada. De una especie de sagrario ubicado en el altar extrajeron dos ampollas de cristal semejante al de Murano, de un azul oscuro, dos platillos de bronce bruñido, una especie de cáliz con tapa (de un metal dorado que bien pudiera ser oro) y un lienzo de lino crudo. De cada ampolla vertieron sobre los platillos unas gotas de un líquido denso, casi un jarabe, con el que procedieron a pintarse mutuamente, sobre frente, pecho y vientre, el símbolo de la Triple Luna: en negro, los perfiles de las lunas; en rojo, el pentáculo incluido en la luna llena central. Volvieron a guardar las ampollas y los platillos en el sagrario, quitaron la tapa al cáliz y, vueltos hacia el altar, asiéndola ambos con ambas manos, la elevaron hacia las figuras tres veces, y otras tantas la bajaron realizando una ligera inclinación con la cabeza en señal de reverencia; después, sin dejar de sujetarla con los brazos extendidos y a la altura de su pecho, se pusieron uno frente a otro y comenzaron a declamar una salmodia hipnótica, al instante del interior del cáliz comenzó a subir una especie de vaho o vapor blanquecino que parecía escalar el aire formando volutas para después disolverse.

.....Terminada la salmodia, primero Diane y después El Profesor, tomaron un sorbo del contenido del cáliz; después me invitaron a mí a hacer lo mismo. Yo acerqué la copa a mi boca sin dejar de escudriñar su contenido, y aspiré repetida y suavemente para detectar los aromas del bebedizo (más por un reflejo condicionado a olisquear cuanto pretendía entrar por mi boca que por temor a la posibilidad de que se tratara de una imbebible ponzoña). No voy a decir que no sintiera más curiosidad que preocupación por lo que aquel trago pudiera ocasionarme, pero como he dicho antes, estaba dispuesto a llegar hasta el final. Mi sensible pituitaria, acostumbrada a detectar y distinguir todo tipo de aromas y olores, sólo pudo descubrir uno familiar, era balsámico y penetrante, como a savia de ciprés en primavera. El vapor blanquecino no dejaba de emanar de un líquido que sentía frío en la copa, más frío que la temperatura ambiente. Entreabrí los labios, apoyé en ellos el borde del cáliz y bebí. Se trataba de un líquido de índole ligeramente licorosa y a la vez astringente, pero no desagradable. Inmediatamente no sentí nada especial, salvo un frescor balsámico que descendió por mi esófago hasta recalar en el estómago.
.....Pasados unos instantes, en que tanto los Sumos Sacerdotes como todos los demás no me quitaron ojo de encima, como si esperasen mi disolución o mi estallido, comencé a sentir un ardor que se expandía desde lo más profundo de mis entrañas, subiendo por mi pecho y distribuyéndose por mis arterias hasta el cerebro. Todo comenzó a hacerse borroso, las oscilantes llamas de los velones y las lámparas votivas comenzaron a crecer y a danzar adueñándose de las formas a mi alrededor, las figuras de los fieles fueron desapareciendo pasto de aquella danza del fuego; a todo esto, las figuras de los dioses, contagiadas por aquel fuego expansivo, ardían a su vez... Y a mi lado las figuras del Profesor y de Diana perdían su forma antropomorfa para transformarse, por una especie de reduccionismo esquemático, en los símbolos que habían pintado sobre sus cuerpos... Instantes después sólo quedaba de ellos lunas crecientes, menguantes y lunas llenas en cuyo interior ardían, con llamas de un rojo intenso, los pentáculos de fuego. Me sentí proyectado, como empujado por una fuerza enorme desde atrás...

(continuará)
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GALERÍA
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DIANA Y NÍOBE
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Artemis and Apollo slaying the Children of Niobe, c 450 BC. Niobid Painter
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Diana and Apollo punishing Niobe by Killing her Children, 1591. Abraham Bloemaert
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Diana and Apollo punishing Niobe by Killing her Children, 1591. Abraham Bloemaert
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The Punishement of Niobe, Tobias Verhaecht
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Massacre dei Niobidi, 1638-39. Andrea Camassei
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Apollo e Diana uccidono i figli e le figlie di Niobe 1695-1700. Domenico Antonio Vaccaro

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The Death of Biobe's Children, 1st half of 17 century. Johann Konig
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Le châtiment des enfants de Niobe, vers 1680. Nicolas de Plattemontagne
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Niobe, 1720. Jean-François Troy
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Les Enfants de Niobe tués par Apollon et Diane, 1772. Anicet-Charles-Gabriel Lemonnier
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Les enfants de Niobé tués par Apollon et Diane, 1772. Pierre-Charles Jombert
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The Punishemente of the Arrogant Niobe by Apollo and Diana, 1772. Pierre-Charles Jombert
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Apollo and Diana Attacking the Children of Niobe, 1772. Jacques-Louis David
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The Destruction of the Children of Niobe, c. 1772. French School
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Diana and Niobe, 2nd half 17th century. Luca Giordano
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Niobe, 1923. Patko Karoly
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The Daughters of Niobe, 1991. Ted Seth Jacobs
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DIANA e IFIGENIA
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The Sacrifice of Iphigenia, Fresco, 1st century AC. Timanthe. From House of the Tragic Poet, Pompeii
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The Sacrifice of Iphigenia, 1623. Leonaert Bramer
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Le Sacrifice d'Iphigénia, 1632-1633. Jean-François Perrier
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Le Sacrifice d'Iphigénia, 1643. Sébastien Bourdon
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The Sacrifice of Iphigenia, 1st half 18th century. Felice Torelli
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Le Sacrifice d'Iphigénia, Bertholet Flemalle (1614-1675)
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Le Sacrifice d'Iphigénia, 1680. Charles de la Fosse
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Le Sacrifice d'Iphigénia, 1680. Charles de la Fosse
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Le Sacrifice d'Iphigénie, 1680-1720. d'Après Antoine Coypel
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The Sacrifice of Iphigenia, 1737. Giovanni Battista Tiepolo
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The Sacrifice d'Iphigenia, 1740-50. Jacopo Amigoni
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The Sacrifice of Iphigenia, 1749. Francesco Fontebasso
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Le Sacrifice d'Iphigénie, 1757. Carle Vanloo
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The Sacrifice d'Iphigenia, 1757. Giovanni Battista Tiepolo
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The Sacrifice d'Iphigenia, 1757. Giovanni Battista Tiepolo
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The Sacrifice of Iphigenia, 1770. Giovanni Battista Tiepolo
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The Sacrifice of Iphigenia, 1770. Giovanni Battista Tiepolo
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Le Sacrifice d'Iphigénia. Gabriel-François Doyen
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Le Sacrifice d'Iphigénia. Gabriel-François Doyen (1726-1806)
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Le Sacrifice d'Iphigénia, 1822-25. Abel de Pujol
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Le Sacrifice d'Iphigénia. Jean-François Desoria (1758-1832)
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The Sacrifice of Iphigenia, 1920. Unknown (Uithuizen, Nederland)
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Iphigenia (showing Clytemnestra, Iphigenia and Artemis), 1935. Louis Billotey
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DIANA Y LETO (LATONA)

Salvo en la primera imagen, que corresponde a un grabado en que se recoge el instante posterior al parto de Leto/Latona en la isla de Delos, en que las ninfas la atienden a ella solícitas y se cuidan de los recién nacidos, Apolo y Diana, en todas las demás pinturas se recoge el famoso episodio en que unos campesinos licios, que se mofaban de la parturienta, son transformados por ésta en ranas (hay quien sostiene que por Zeus, a instancias de ella), en las riberas del estanque Sagrado de Delos.


Leto giving Birth to Apollo and Diana on the Island of Delos, 1560. Diana Scultori
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The Mocking of Latona (La Burla a Latona), 1601. Pieter Brueghel the Elder
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Latona and the Lycian Peasants, 1604. Francesco Albani
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Latona and the Lycian peasants, 1605. Jan Bruegel
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Latona and the Lycian peasants, 1605. Jan Bruege (detail)
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Latona changing the Lycian peasants into frogs. 1610-13. Johann König (attributed.)
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Latona turns the Lycian Peasants. 1611. Peter Paul Rubens
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Latona transforms the peasants into frogs. Johann Hulsman (before 1652)
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Latona, with her children Apollo and Diana, turning the Lycian peasants into frogs. Antonio Carracci (1583-1618)
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Latona Turning the Lycian Peasants into Frogs, c. 1642. Orazio de Ferrari (1606-1657)
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Latona and the Frogs. David Teniers II (1610-1690)
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Latona and the Frogs. David Teniers II (1610-1690)
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Latona transforms the peasants into frogs.  Giulio Carponi (1613-1678)
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Latona and the Frogs, 17th century, Francesco Trevisani
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Latona Turning the Lycians into a Frogs. Jean Jouvenet (1644-1710) 
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Latona turning the Lycian peasants into frogs. Marcantonio Franceschini (1648-1729)
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Latona and the peasants of Lycia, 1721. François Lemoyne
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The Transfiguration of the Peasants. Johann Georg Platzer
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