miércoles, 20 de mayo de 2015

Lo Tierno. Lo Erótico. Lo Sofisticado (III) - GALERÍA: Konstantin Razumov (3). Lo Tierno





Enternece, sobre todo, de la infancia
la mirada nostálgica del adulto
cuando contempla el paraíso perdido:
aquel que, no siendo, fue y ya no es;
enternece ese sentir que lo divino
se encuentra, manifiesto, en la niñez,
y que al madurar se pierde poco a poco
por no se sabe qué irrazonable castigo.
Héctor Amado


La ternura como expresión

.....Expresar la ternura parece ser que sólo les está permitido a los niños y las mujeres (como, en otro contexto —allí se hacía referencia a la confianza—, le diría Don Vito Corleone/Marlon Brando a su retoño Michael/Al Pacino, en uno de sus preventivos consejos paternales), como si el hombre maduro, o en trance de serlo, quedara disminuido o fatalmente debilitado si tal cosa hiciera —mostrarse tierno. El hombre maduro —el hombre, a todos los efectos— puede, en todo caso, representarla artísticamente, es decir, realizar un simulacro con ella, pero no hacer pública exhibición de ella, so pena de quedar irremediablemente etiquetado como blando  o frágil (en el más benévolo de los casos). Claro que esta visión es la clásica, la tradicional, que asignaba al varón (al macho) la función de guerrero o combatiente que se ha de enfrentar a la vida —y a los otros, sus enemigos o competidores— y, donde, la ternura parece no tener lugar. Hoy en día (en realidad desde la revolución hippie de los años 60's del siglo pasado, y de forma progresiva hasta la actualidad) las cosas han cambiado. Mostrar ternura públicamente no sólo es admitido, sino que es valorado positivamente en un hombre: esté dirigida a un niño o a una mujer, incluso a otro hombre. Hoy en día la ternura es un valor en alza, aunque, eso sí, es recomendable no exceder ciertos difusos confines limítrofes con lo sensiblero o almibarado (lo cual ya comenzaría a tener connotaciones negativas). Esta adecuación de un comportamiento humano a la época en que se vive, es decir, al grado de desarrollo y evolución del tejido social, indica lo relativo de tales comportamientos. Y la relatividad es síntoma de adecuación al cambio, es prueba de inteligencia dinámica capaz de variar la gravedad de las acciones circunstanciales en función de cuestiones orbitales dependientes del signo los tiempos.

.....La ternura, se dice, se sostiene, en lo tocante al hombre, es cosa de la intimidad, del ámbito familiar, pero algo vergonzoso si se exhibe con impudicia, o de ella se hace alarde en público. En el ser tierno subyace una consustancial corriente afectiva que se revela vergonzante cuando aflora al exterior equivocando el objetivo (según la cultura imperante), cuando se hace explícita. Sólo es admisible la ternura pública cuando es dirigida al niño (quien puede recibirla y disfrutarla sin vergüenza, entre otras cosas, porque es inmune a ella —y mientras lo sea, ya que al acercarse a la frontera de la infancia adolescente la vergüenza brota con fuerza en todo machito criado como tal), o, como mucho, entre enamorados a los que se puede perdonar la falta de des-vergüenza, por ser cosa sabida que el amor trastoca todas las referencias y descoloca todas las fronteras de las normas establecidas (máxime las que delimitan los comportamientos interpersonales).
.....¿Por qué tendemos a considerar la ternura de esta manera? ¿Por qué aún, hoy día, queda algo de este prejuicio? Como si lo tierno fuera una debilidad en el carácter de hombre. Mi madre me relataba, hace ya unos cuantos años, que su misma madre le decía que a los niños se los debía besar únicamente mientras están dormidos. Mi abuela no era una espartana de los tiempos de Leónidas, el bravo León de las Termópilas, sino una representante de la clase trabajadora de este país que vivió a caballo entre el siglo XIX y el XX. No se debía mostrar ternura, pues, a los niños, para no hacerlos emocionalmente débiles (¿consentidos?). A todas luces esta forma de considerar la dulce afección del ánimo hacia el prójimo no es la imperante hoy en día... en nuestra cultura occidental, porque es posible que en otras culturas menos condescendientes con la expresión de las emociones sigan aún en esas.

.....Pero, siendo rigurosos, ¿qué hay de cierto en esos ya periclitados prejuicios? ¿Ser tierno es un síntoma de, sino fragilidad, sí falta de fortaleza en el carácter? ¿Alguien con la capacidad, y la voluntad libre de vergüenza, de experimentar ternura en público, en aquellas situaciones cotidianas que la demanden, podemos concluir que posee un carácter menos determinado y firme que quien, vergonzoso, jamás haría pública exhibición de sus facultades más dulcemente amables? Que cada cual se responda a sí mismo la pregunta.
.....Más bien creo que estamos ante una cuestión educacional que tiende a huir de los extremos en sus comportamientos actitudinales: en un extremo la grosería, la aspereza, la brutalidad; en el otro la ternura, la delicadeza, el cariño. Puestos a consentir expresión pública de un extremo, por supuesto, se consiente y tolera el positivo (ternura, delicadeza, afecto) antes que el negativo (grosería, aspereza, brutalidad); pero, ante todo, se demanda, como norma de buen gusto, la moderación en la expresión pública de los afectos, imagino que por no herir susceptibilidades. Y sí, probablemente algo de aquel antiguo prejuicio ha quedado flotando en esta norma no escrita que recomienda dejar la ternura para el ámbito íntimo y familiar, o únicamente exhibirla entre o con quien toca: la infancia y/o adolescencia y la femineidad.

.....Hasta aquí hemos hablado de la expresión de la ternura, mas esta reflexión lleva por título La ternura como expresión, que, siendo parecido, no es lo mismo. La ternura como expresión alude no sólo a la ternura como afecto, sino que también como representación, y en ésta nada mejor que la otra acepción de tierno: la que nos habla de la niñez. Y así el ser tierno se convierte en un estar tierno, es decir, aún blando, inmaduro, en las primeras etapas de formación. En el niño, además, confluyen ambas acepciones: es la infancia —sobre todo la primera, la más temprana— el territorio más proclive a la ternura (y, por extensión, cualquier otro cachorro del reino animal, sea o no doméstico), que, por ende, se constituye en reino de lo tierno. El niño es, en sí mismo, la ternura encarnada, materializada, pura expresión de su naturaleza y, al mismo tiempo, uno de sus objetivos más naturales, más propios. ¿Y por qué esto es así? Porque a la cualidad de tierno por inmaduro se añade la cualidad de puro por no endurecido, no maliciado.
.....Por otro lado, se dice que es la infancia el verdadero paraíso del ser humano, allí donde el ser se manifiesta sin prejuicios ni malicia, allí donde el actuar es prístino, pura consecuencia del querer, y donde ese querer se expresa sin vergüenza, meridiano, reflejo fiel del incipiente ser que recién comienza a querer. Esa ingenuidad, esa inocencia, esa pureza del ser manifestándose, es uno de los factores que mueve a la ternura. Podría decirse, pues, que es esa pureza, esa ausencia de cálculo e interés, la que forma parte del sustrato sobre el cual se asienta la ternura como una especie de arcadia afectiva. Nada mejor, por tanto, para expresar ternura, para representar la ternura, que hacerlo por medio del niño y su ámbito, su actitud, su ser y su estar.

.....Mas era necesario dedicar unas palabras previas a la expresión de la ternura, y qué sea o suponga ésta, antes de abordar la ternura como una forma de expresión. Si de más o menos vergonzante se puede tildar la expresión pública de la ternura, no sucede lo mismo cuando es utilizada como medio de expresión, o cuando, en mayor o menor medida, se halla aplicada al carácter de una obra de arte. Parece que la ternura, teniendo una expresión neutral (no encarnada en un gesto real), como parte de un cuadro, una escultura o un texto, por ejemplo, puede ser exhibida liberada de su prejuicio vergonzante, de su marchamo de gestual debilidad. Como si desde la obra de arte la ternura se dirigiera a cada cual, pero ya en la intimidad de su propia sensibilidad, en su propio coleto. Y es así que un cuadro o una escultura (por su carga visual) pueden expresar una gran carga de ternura sin resultar vergonzantes o inadecuados. La ternura como expresión tiene la facultad de salvar el obstáculo que se levanta ante la expresión de la ternura gracias a su tratamiento desde un sujeto neutro (un lienzo, una piedra tallada, convertidos así en símbolos o metáforas de lo tierno). Y no sólo eso, sino que la ternura como expresión cuanto más alto grado de verosimilitud alcance más valorada será, más reconocida, más admirada. Se produce así un aparente contrasentido: se cuestiona la expresión pública de la ternura, su exhibición en directo, entre seres reales de carne y hueso; y no sólo se ve bien sino que se sobrestima cuando la ternura es la que se convierte en expresión por medio de un símbolo artístico expuesto a la vista de todos. Esto más o menos quiere decir que la ternura, de modo intrínseco, es un valor apreciado, estimable, pero que es su expresión práctica en el ámbito de la relaciones humanas cotidianas, la que puede ser cuestionable por una cuestión de... ¿qué? ¿cuál es la cuestión que impide a la ternura ser una moneda de cambio normal en la relaciones públicas?

.....Lo que es un hecho es que la ternura como expresión —por medio de la obra de arte—permite que varias personas a la vez la observen sin sentir por ello el azoramiento que sentirían si esa ternura la protagonizaran en directo personas reales. Se trata del poder de los símbolos que desde la obra de arte son capaces de hablar a cada cual, en la intimidad, sin interferencias. Konstantin Razumov utiliza la ternura como expresión en la parte de su obra dedicada a los niños/niñas/adolescentes, y no de una manera rebuscada, no de una forma empalagosa, sino empleando una estrategia semejante a la que utiliza para sus desnudos o sus sofisticadas señoritas: la elegancia y la delicadeza, el trazo justo, contenido, que expresando ternura lo haga en un armonizado cóctel presidido por la contención entre la técnica impresionista de su pincel, la concepción realista de su temática, la belleza de los modelos, el ámbito en el cual los coloca y cómo los presenta.
.....En esta tercera y última propuesta, la dedicada a Lo Tierno, tres serán los diferentes grupos en que he catalogado las obras a exponer. Si todas tienen como protagonista casi exclusivo a la infancia (menos casos aislados referidos sobre todo al entorno del ballet), esta infancia la ubica en: la playa, la danza y en otra obras de género. Puede hacerse una curiosa comparación entre la forma en que Razumov representa las escenas de playa y cómo lo hace el incomparable maestro de la luz —mediterránea—, Joaquín Sorolla. Las escenas de niños/as en el estanque y las de las pequeñas ballerinas jugando con gatitos o perritos poseen una gran dulzura; la ternura de los bañistas, los pequeños pescadores o quienes aparecen con otros animales domésticos (caballos, asno, gallinas) está desprovista de sentimentalismo afectado, fundando su cualidad de tiernas en el trazo y en el gesto con que Razumov las ejecuta.S
.....Sea como fuere, esta faceta de la obra del joven y prolífico pintor ruso es un modelo feliz de este enfoque de la ternura como expresión.



TIERNO

Ese ablandarse el alma,
conmovida,
ese volverse dócil
al cariño,
ese tender al beso
y la caricia
que sólo aspira a dar
lo recibido;

ese sentir del corazón
 turbado
por un amor honesto,
puro, limpio,
que brota incontenible
ante el reclamo,
como un caudal de afecto
 cristalino;

esa pulsión que súbita
 aparece
y que nos mueve al mimo
y la dulzura;
ésa que nos desarma
y nos somete

a la más blanda y grata
 dictadura;
ésa, la conocéis
sobradamente,
atiende al bello nombre
de: Ternura.
.

II

En el ojo que mira al niño
habrá que buscar lo tierno:
el niño pone el motivo
y el adulto el afecto.

Es la patria, la niñez,
de la inocente ternura,
no porque allí se asiente
sino porque la estimula.

La ternura que la infancia
a los adultos inspira,
es más lástima que amor
por lo que tiene de efímera.

Conmueve al hombre, del niño,
la pureza de sus actos,
ese obrar sin miramientos,
sin suspicacias, sin cálculo.

Lo que tiene de promesa
ignorante de su sino,
es lo que enternece al hombre
al contemplarse de niño.

La ternura que se siente
cuando se contempla a un niño,
no responde a lo que él es,
sino a lo que uno ha sido.

Uno quiere en el infante
lo que tiene de proyecto,
de ocasión, de expectativa,
de bálsamo y de consuelo.

La belleza de la infancia
es el magma de lo bello:
la materia aún fundida
de un fantástico diseño.

Ver la vida cómo puja,
cómo en lograrse se esfuerza,
es lo que el hombre en la infancia
más maravillado observa.

La ternura que un cachorro
en todo adulto suscita
es recurso defensivo
de que se dota la vida.

Tierna, la mirada absorbe
la escena donde unos niños
jugando están a ser otros,
no siendo más que ellos mismos.

Es vecina la ternura
de la dicha y la alegría:
viven en el mismo bloque
de emociones positivas.




GALERÍA

Konstantin Razumov
(1974-  )

LO TIERNO

EN LA PLAYA
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BALLERINAS
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CHILDS
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