lunes, 9 de mayo de 2016

Dafnis y Cloe (I) - GALERÍA: Dafnis y Cloe en la pintura (1)




A la necesidad la hemos llamado amor
porque nos pareciese menos necesaria
y más mágica y misteriosa, también más llevadera.
Amor es la necesidad adecuada a la medida del hombre;
necesidad de sentirse un ser especial entre todos los seres,
necesidad de sobrepasar la animalidad (definida por el sexo)
para sublimar lo necesario, transformándolo en dichoso azar.
La verdad es más cruda y menos idílica,
pero, ¿quién necesita la verdad?
Pensamientos últimos. Héctor Amado.


Introducción

.....Imagino que, como a mí, les habrá ocurrido a otros muchos: la primera noticia de una obra titulada así, Dafnis y Cloe (Daphnis et Chloé, en el original que cito), procede de la versión musical que, sobre la pastoral escrita por Longo de Lesbos en el siglo II de nuestra era, compusiera Maurice Ravel. Quizás también, como lo fue en mi caso, la pieza de referencia escuchada fuera la Suite número 2, que el compositor orquestara a partir del original ballet, estrenado el 8 de junio de 1912, por los famosos Ballets Russes  de Dhiagilev. Después escucharía su versión completa, y más tarde vería su versión escénica. Mi primera impresión de Dafinis y Cloe, por tanto, ha sido musical, con lo que de emotivamente condicionante esto conlleva. Ya se sabe que la música tañe o conmueve cuerdas emocionales que la simple lectura y, mucho menos, la directa visión escénica proporcionan.

.....Han tenido que transcurrir muchos años para que, al fin, acudiera a las fuentes literarias de la historia: la maravillosa novelita de Longo de Lesbos, en la muy preciosista y lírica traducción de Juan Valera (estoy por consultar otras dos versiones/traducciones más: la editada por Alianza Editorial, con traducción y notas de Jorge Bergua, reeditada por Carlos García Gual para Cátedra; y la de Gredos, con traducción y notas de Máximo Brioso Sánchez y Emilio Crespo). Y digo novelita, por la brevedad del relato (apenas 120 páginas, en la traducción de Valera), pero también en sentido amable, pues es una novelita preciosa, que se lee con interés y con deleite de principio a fin.
.....En su introducción, Juan Valera, la pondera en lo que vale, aunque primero gaste salvas para justificar que un tema tan arcaico y tan arcádico pueda ser del gusto de la gente moderna. Ya de paso se justifica a sí mismo por haber acometido la empresa de su traducción (hasta ese momento, 1945, en España, al parecer, no había suscitado el suficiente interés, o bien, el tema no era del gusto hispánico). El polifacético escritor (otrosí diplomático, políglota y político) introduce la pastoral de Dafnis y Cloe haciendo un juicio de valor que la coloca en el lugar al que pertenece por derecho propio: el de la mejor de entre todas las que se escribieron en el periodo inicial de la novelística clásica greco-latina.

.....Escrita por un griego perteneciente al poderoso Imperio Romano del siglo II, esta novela pastoral, (es decir, cuyo tema suele girar en torno a un idilio pastoril, cuyo escenario es el propio del ámbito rústico, bucólico y tranquilo, de emociones primarias y puras, alejado del tráfago urbano y de las preocupaciones inherentes al trapicheo sociopolítico y comercial) es un ejemplo modélico del género. Hay que tener presente que en este ámbito se apela a lo más puro e incontaminado del acervo cultural humano, donde las emociones y los sentimientos  no están contaminados por los prejuicios sociales y las morales religiosas monoteístas. Las fuerzas primigenias de la naturaleza, con su panteísmo inherente, están presentes y suelen ser protagonistas. En el caso que nos ocupa, las peripecias de Dafnis y Cloe en el camino iniciático que los llevará a descubrir qué cosa sea el amor, aún se hace eco de un mundo finiquitado hace mucho tiempo: el de los dioses paganos, habitantes de densos bosques, escarpados riscos y amenos prados. Y todo ello, como no puede ser de otra manera en una atmósfera bucólica, mechado de acontecimientos donde lo fantástico es vecino de lo cotidiano.
.....Ya lo he dicho, Dafnis y Cloe es un itinerario encantador por medio del cual su autor nos trata de ilustrar acerca de la naturaleza del amor. Para ello, ese itinerario, si se quiere tener una visión prístina de este esencial afecto, ha de estar limpio de polvo y paja, ha de transcurrir por inholladas veredas y por caminos inmaculados, todo por dar una visión lo más nítida posible del sentimiento más complejo que le cabe al ser humano.

.....Y Longo lo consigue. El desarrollo de la historia es un camino de iniciación en el que están presentes los mojones más característicos del amor: la curiosidad, el ansia inexplicable, la atracción imperceptible e insoslayable, los celos reveladores, la pena inconsolable de la ausencia, la alegría inconmensurable de la presencia, la apacibilidad y el desasosiego todo-en-uno, la alegría y la zozobra, la pasión y la plenitud, la entrega más absoluta y la combatividad más arriesgada,... todo ello está en Dafnis y Cloe. Y con todo, con ser mucho, para que un tal sentimiento pueda ser medianamente abarcado será preciso introducir la ayuda y colaboración de los dioses primigenios, aquellos que en tiempos remotos gobernaban las cosas —y las vidas— de los mortales; pareciera que no de otra forma pueda explicarse un sentimiento como el amor, sino es acudiendo a estas fuerzas elementales que nos sobrepasan y en las que podemos descansar el peso de lo misterioso —que en el amor es mucho. Así Pan, Amor y las Ninfas, serán los árbitros y los jueces del acontecer de los hombres. Del acontecer amoroso sobre todo, pero también del guerrero, del azaroso, del que administra justicia (ésta está continuamente presente en toda la obra).

.....Además de animar a la lectura del original en cualquiera de sus buenas traducciones en español, y a la escucha de la versión musical de Ravel (de la que acompañaré una buena selección en las pertinentes listas de reproducción), me he atrevido —los dioses me perdonen—a poner en romance la lírica prosa de Longo. Pero ya se sabe que de la intención creativa original —propia—, a veces, las musas disponen, y lo que quería ser un poema limitado y sintético de la prosa, se está convirtiendo, por obra del imperativo categórico museril, en un romance interminable que amenaza convertirse, exclusivamente por lo extenso, en el próximo e intempestivo Paraíso Perdido miltoniano (o más). No hay más que fijarse que en el presente post solamente se trata de la presentación de los personajes principales (Dafnis y Cloe), y que en ello apenas he avanzado más allá de los primeros párrafos del Primer Libro de la obra (son cuatro los libros). El espíritu de la letra original me demanda no obviar en ningún caso el lirismo en ella puesto, así es que avanzando trabajosamente (componer poéticamente un texto en prosa, pese a no ser una labor de creación pura, demanda una no menor dedicación, ante todo cuando el producto que se persigue ha de atenerse a métrica y a rima —por más que ésta sea la asonante propia del romance tradicional) voy vertiendo aquel lirismo sin atenerme, ni verme limitado, por la extensión que vaya alcanzando lo vertido. En ocasiones he añadido algo de cosecha personal, aunque siempre que lo he hecho ha sido con el propósito de subrayar la intención de la fuente original; perdóneseme (o agradézcaseme, según merezca), no obstante, estas esporádicas licencias. En lo esencial he seguido el texto de Juan Valera, procurando incluso la literalidad de la lírica allí presente (como apunto en los versos de la introducción a la obra).

.....Aviso de que hasta donde haya de llegar llegaré, no más lejos. No pongo limitaciones temporales, ni mucho menos espaciales. Me declaro romancista, más que poeta, que es tanto como declararme solista y no hombre orquesta. Espero que, pese a ello, la monotonía no sea mi mejor virtud, y que el empeño pueda resultar, cuanto menos, ameno, si no divertido.
.....Las galerías que acompañarán los diversos posts están clasificadas en: 1. Pintura; 2. Ilustraciones de Marc Chagall; 3. Otros dibujos e ilustraciones; 4. Escultura.
.....La música que acompañará dichos posts estará dedicada básicamente a la obra de Ravel, complementada con otras obras que de alguna manera recreen el ámbito en que se desarrolla la acción de la novela (caso de Debussy, con su Preludio a la siesta de un fauno).



DAFNIS Y CLOE
(Un Romance Pastoril)

Introducción 

De entre todas las historias
de dulces enamorados,
en candor supera a todas
esta que aquí presentamos.
Así: Romeo y Julieta,
de trágico resultado;
o la no menos aciaga
entre Hero y Leandro;
o la de Venus y Adonis,
que interrumpiera un mal Hado;
o la castrada pasión
de Eloisa y Abelardo;
la de Dante y Beatrice,
la de Roxana y Cyrano
o la de Pablo y Virginia
cuyo amor no consumaron;
ni tan siquiera el romance
—morador ya del Parnaso—
que Góngora concibiera
en torno a Tisbe y a Píramo.

Más pastoral que ninguna,
con más bucólico encanto;
de erotismo bien provista,
mas un erotismo arcádico;
más ingenua, sin remilgos,
más alegre, sin reparos;
de voluptuosa trama,
mas sin obsceno entramado;
más primitiva también,
pues casi ha dos mil años
que el griego Longo de Lesbos
novelara su retrato;
un retrato en que lo mítico
sin pudor es celebrado,
con inocencia esgrimido
y usado sin embarazo;
Dafnis y Cloe es el nombre
que aquel griego, si romano,
diera a esa historia de amor
fruto de su imaginario.

Perdónese lo atrevido
del voluntarioso ensayo
por trocar la pastoral
a romance castellano.
Al hacerlo resto urdimbre
y a la trama nada añado,
pues la seguiré fielmente
aunque cambie los vocablos:
lo que pida el trasladar
a lírico lo prosaico,
acomodando a la métrica
 de la estrofa la del párrafo.
Homenaje agradecido,
antes que mezquino plagio,
ha de verse en este intento
tan audaz como esforzado.
Mi talento es el que es,
siento no picar más alto,
a mi altura lo he compuesto:
ocho bien medidos palmos.

*


Las Pastorales de Dafnis y Cloe
(Versión en Romance a partir de la obra de Longo de Lesbos)

I

Proemio

En el que el autor nos finge
la ocasión para el motivo,
que lo llevará a escribir
el relato referido.
Andaba —dice— de caza
en un bosque de quejigos,
de algarrobos y retamas,
cuando no de erguidos pinos,
liquidámbar y aun de sauces
hacia un arroyo tendidos,
que, corriendo por el soto,
a su sed llevaba alivio;
tapiz de flores silvestres
de variado cromatismo
réplica daban al verde
de los árboles altivos.
Bosque, en fin, mediterráneo,
por las ninfas bendecido
y en su nombre consagrado,
que en Lesbos tiene su sitio.

Allí vio entre tanto encanto
algo por él nunca visto:
una pintura que amores
describía en bello estilo:
unas mujeres pariendo,
otras cubriendo a los niños
con pañales y con besos
al dejarlos a su sino;
más allá, cabras y ovejas
dando a los rorros auxilio
—alimento de sus ubres
y calor con sus pellicos—;
pastores que los cuidaban
y un alegre mocerío
dado a las galanterías,
atenciones y cumplidos;
también una correría
de ladrones y enemigos
salteando aquella costa
desde barcos peregrinos.

Otras mil cosas en fin,
boquiabierto y aturdido,
allí vio, todas de amor,
en mosaico sugestivo.
Tanto, que le entró el deseo
de ponerlas por escrito,
no sin antes consultar
a un intérprete de signos,
que le desvelara el cuadro
desvelándole sus símbolos,
le explicara su leyenda
y aclarara el contenido.
Tras lo cual aquella escena
la tradujo en cuatro libros,
que consagró a tres figuras
de arcanos cultos divinos:
Amor, las Ninfas y Pan,
exaltación de lo vivo,
que en los bosques, emboscados,
siguen teniendo cobijo.

Acaba con un deseo,
que pretende lenitivo,
este proemio su autor
como si fuera exorcismo:
que sea grato y ameno
el producto de su ahínco,
ese su afán literario,
ese su fruto inventivo;
que restablezca al enfermo
y divierta al compungido;
que evoque amor al que amó
y, al que no, muestre el camino;
ya que amor, dice el autor,
a todos hace cautivos,
mientras exista beldad
y ojos apercibidos.
Después, invoca a las musas
solicitando su auspicio,
para dar en la diana
de su historia con buen tino.

*

Libro I

1. Presentación de Dafnis y Cloe


En Lesbos, hija del mar
que baña a Turquía y Grecia,
Mitilene en una rada
de su costa se halla expuesta:
cien canales la recorren
que archipiélago hacen de ella,
con cien puentes, que los salvan,
de lustrosa y blanca piedra;
y a unos doscientos estadios
de la ciudad una hacienda
—cuyo dueño en Mitilene
tiene hogar y residencia—
con montes llenos de caza
y campos de sementera,
colinas plenas de vides
y prados de ricas dehesas;
al este, las suaves ondas
de la mar son su frontera,
lamiendo, dulces, la playa
de fina y dorada arena.

Y en la hacienda hay un cabrero
que las cabras apacienta;
lleva por nombre Lamón
y un zurrón en bandolera.
Un día, entre las zarzas,
a un niño de pecho encuentra
junto a una de sus cabras,
aplicándose a su teta.
Advertido el cabrerizo
que la cabra deja, a expensas
de su cabritillo, el hato
para internarse en la breña,
la sigue con gran cuidado
pisando la muda hierba
y la descubre, pasmado,
ejerciendo de criandera.
Y repara en el lactante,
que luce sana apariencia:
robusto, pese a lo niño;
bonito, pese a las greñas;

percatándose, otrosí,
de las inusuales prendas
que en el niño abandonado
pregonan rica ascendencia:
una mantilla de púrpura,
que una hebilla de oro cierra,
y un puñalito con puño
de marfil junto a su vera.
El cabrero, codicioso,
lo primero en lo que piensa
es llevarse las alhajas,
despojando a quien las lleva;
pero luego, avergonzado,
tal pensamiento desecha,
juzgando más compasiva
la conducta de la bestia
capaz de dejar su cría
por amamantar la ajena.
Hacia casa con la cabra,
niño y alhajas regresa.

Y, llegado, a su mujer,
Mirtale, la verdad cuenta,
por quitarle la aprensión
de que al niño lo pariera
una cabra más pasmosa
que la célebre Amaltea
(la que amamantara a Zeus
en una cueva de Creta).
Y, con Mirtale, Lamón
prohijar al niño acuerda,
guardándole las alhajas
en preventiva tutela.
Y encomiendan a la cabra
la crianza a sus expensas:
compartiendo con su cría
la ubre de leche repleta;
y nombre le dan al rorro
que pastoral bien parezca:
Dafnis lo dan en llamar,
como aquel pastor del Etna.


Transcurridos ya dos años,
en unas vecinas tierras,
un pastor de nombre Dryas,
mientras la grey apacienta,
descubrió, en hueca roca
toda redonda por fuera,
una gruta consagrada
a las Dríades Napeas.
Allí dentro, bien labradas,
tres ninfas halla de piedra,
con pies y brazos desnudos
y una larga cabellera
cayéndoles por la espalda
en ondulantes guedejas,
y un traje ceñido al talle,
y una sonrisa a la jeta;
parecían bellas ménades
tras danzar en una fiesta,
tal la impresión que causaban
aquellas figuras pétreas.

En el fondo de la gruta,
de una elevación apenas,
una fontana surgía
que, mansa, fluyendo riega
ameno prado de grama
que es alfombra de la cueva;
y allí, en orden confuso,
suspendidos de unas cuerdas,
tarros, colodras y flautas,
pífanos y churumbelas,
  dones de antiguos pastores
en pïadosas ofrendas.
En este templo de ninfas
comparecía una oveja,
que el pastor echaba en falta
con periódica cadencia.
Queriéndola corregir
de una querencia tan terca,
un lazo tejió con mimbres
de tierna y verde mimbrera;

y con él entró en la gruta,
bien armado de cautela...
descubriendo, sorprendido,
la causa de su sorpresa:
la oveja con gran ternura
ofrecía su ubre llena
a una humana criaturita
que bien se aplicaba a ella
—tan pronto la boca pura
se afanaba en una teta,
como en otra, juguetona,
con deleite hacía presa—;
y cuando harta de mamar
se quedaba satisfecha,
su carita el animal
le lamía con presteza.
Niña era, con pañales
y reconocibles prendas:
toquilla en oro bordada,
lo mismo que las chinelas,
y varias ajorcas de oro
ciñéndole las muñecas.

Juzga divino el hallazgo,
el pastor en su inocencia,
influenciado por lo sacro
del ámbito de la escena;
y mirado en el espejo
de aquella entrega materna
que su oveja, con amor,
tan solícita demuestra,
a la niña coge en brazos,
echando al zurrón sus prendas,
y, rogándole a las Ninfas
que en su crianza le atiendan,
no dejando en desamparo
a quien bajo el suyo encuentra,
recogiendo su rebaño
hacia su casa se apresta.
Allí contará a su esposa,
Napé, lo que le ocurriera,
exhortándola a que acoja
como propia aquella nena.

La mujer asumirá,
de buen grado, la encomienda
que el marido, convincente
y piadoso, le presenta;
amando, luego, a la niña
como madre dulce y tierna,
rivalizando en amor
con el que la oveja expresa
—que seguirá en su labor
de nodriza, como hiciera
en la cueva, por deseo
de las sagradas Napeas
(con ello, la voluntad
de las Ninfas se respeta,
acatando lo divino
que allí, prístino, se muestra).
Por su matiz pastoril
Napé y Dryas acuerdan
poner el nombre de Cloe
a la niña que ahora heredan.

(continuará)



GALERÍA

DAFNIS Y CLOE

PINTURA

Daphnis and Chloe - Niccolò Pisano, Daphnis and Chloe (An Idyll), 1500
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 Daphnis and Chloe -  Paris Bordone
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 Daphnis and Chloe - (The Lovers) Paris Bordone
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 Daphnis and Chloe - Paris Bordone
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 Daphnis and Chloe - Antonio Zucchi
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 Daphnis and Chloe - Antonio Zucchi 2
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 Daphnis and Chloe - Louis Jean Francois Lagrenet
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 Daphnis and Chloe -  Joseph François Ducq
The Dream Of Daphnis In Which The Nymphs Foretell The Safe Return Of Chloe
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 Daphnis and Chloe - Tiziano (title original, The three Ages of Man)
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Daphnis and Chloe - Adriaen van der Werff,  1694 
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 Daphnis and Chloe - Pieter Werff
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 Daphnis and Chloe - François Pascal Simon Gerard (Detroit)
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 Daphnis and Chloe - François Pascal Simon Gerard (Louvre)
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 Daphnis and Chloe - François Pascal Simon Gerard (Louvre) (2)
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Daphnis and Chloe - Alexis Bordes
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 Daphnis and Chloe - Jean-Charles Frontier
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 Daphnis and Chloe - Charles Gleyre
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 Daphnis and Chloe - Dominique Louis Papety
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 Daphnis and Chloe - Emmanuel Benner (1836 – 1896, French)
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Daphnis and Chloe - François Boucher
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  Daphnis and Chloe -  Pierre Puvis de Chavannes
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 Daphnis and Chloe - Elizabeth Jean Gardner Bouguereau
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 Daphnis and Chloe - Adolphe Bouguereau
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 Daphnis and Chloe - Camille-Félix Bellanger (1853 - 1923)
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 Daphnis and Chloe - François-Louis Français, Paysage avec Daphnis et Chloé
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 Daphnis and Chloe - François-Louis Français, Paysage avec Daphnis et Chloé (detail)
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 Daphnis and Chloe - Gaston Renault
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 Daphnis and Chloe - George Vibert
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Daphnis and Chloe - Gustave Courtois
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Daphnis and Chloe - Jean François Millet
 Daphnis and Chloe - Jean François Millet
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 Daphnis and Chloe - Jean-Leon Gêrome
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Daphnis and Chloe - Jules-Еlie Delaunay (French, 1828 - 1891)
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 Daphnis and Chloe - Louis Hersent
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 Daphnis and Chloe - Louis Hersent
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 Daphnis and Chloe - Louis Hersent
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Daphnis and Chloe - Louis Hersent (2)
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 Daphnis and Chloe - The Storm, Pierre August Cot
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 Daphnis and Chloe - Pedro Weingärtner
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 Daphnis and Chloe - Pierre Cabanel
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Daphnis and Chloe - Pierre Charles Comte
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Daphnis and Chloe - Zhukovsky Pavel, 1889
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Daphnis and Chloe bidding each other goodnight
(Design for a decorative panel) - Leon Bakst 
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Daphnis and Chloe bidding each other goodnight
(Design for a decorative panel) - Leon Bakst
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 Daphnis and Chloe - The Wooing of Daphnis, Arthur Lemon, 1881
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 Daphnis and Chloe - Pierre Bonnard, c 1900-1902
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